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SORPRESAS NAVIDEÑAS

Por primera vez en su larga trayectoria de casados, a la socialmente encumbrada pareja de Olivia y Gaspar les tocaba pasar solos la Navidad.

Los hijos estaban viajando con los abuelos en el exterior, y los amigos y parientes también se hallaban fuera del país.

Fuera de la interacción con otras personas, hacía rato que la pareja no solo no tenía nada en común que compartir, salvo intereses económicos, sino que se odiaban ferozmente, pese a demostrar una cordialidad impecable, y dar la imagen de la relación perfecta.

Lamentablemente, querido, al darle franco al personal de servicio, deberás conformarte con una cena preparada por mí…

Pues será todo un descubrimiento. No sabía que cocinabas…

Como tantas otras cosas que no sabes de mi persona…

Te equivocas. Sé más de lo que te gustaría. Pero no nos enredemos en juegos de palabras, y pasemos al comedor, si te parece…

La mesa estaba coquetamente ornamentada, y cuando Olivia trajo una elegante fuente, exquisitos aromas asombraron a Gaspar, quien, al probar la carne guisada, no pudo más que admitir:

Realmente eres una excelsa cocinera. La comida está exquisita, querida. Una lástima que, al ser vegana, solo puedas degustar la ensalada, también perfecta.

El ingrediente secreto es el amor… dijo la mujer con tono sarcástico.

Cuando terminaron los postres, Gaspar anunció:

Tengo a los pies del árbol navideño una sorpresa para ti, mi cielo…

¡Qué detallista!

Al abrir la caja envuelta en primorosos papeles rojos y dorados, la mujer palideció.

Dentro había un brazalete, hecho de piel, con un tatuaje que reconoció no bien lo vio: un símbolo del infinito, con su nombre entrelazado entre las líneas del dibujo. Lo tenía su amante en la zona inguinal. Lo adornaba un dije con un diamante tallado en forma de corazón.

¿Qué te parece, mi vida? ¿A que no encontrarás algo más exclusivo y personalizado?

Es verdad. —dijo, tratando de mantener el tono de voz firme. Yo también te dediqué un gesto “exclusivo y personalizado”. La carne del guiso que te comiste con tanto placer, proviene de las prominentes nalgas de tu mantenida. Uno de mis guardaespaldas se encargó de proporcionarme el material de cocina. Por cierto: la chica era también amante de él, con lo cual queda demostrado que la lealtad se compra y se vende con el precio adecuado.

De ti recibía las atenciones económicas. Mi empleado suplía, con su porte, juventud y musculatura, las otras necesidades en las que tú dejabas mucho que desear…

Fue el turno de Gaspar para palidecer. Sus manos temblaban casi imperceptiblemente, gesto que no pasó inadvertido por Olivia.

Un aura negra del odio más abyecto vibraba en el hermoso salón.

Bueno. Creo que nos hemos agasajado y sorprendido mutuamente. Solo queda brindar con el mejor champán para concluir esta jornada Navideña maravillosa.

Usaré las copas de cristal de Murano.

Exactamente eso te estaba por sugerir, mi querida… ¿No quieres ponerte antes el brazalete?

Ella, disimulando el rictus de furia que quiso invadir su sonrisa perfecta, contestó con voz cálida:

Luego de brindar, mi cielo…

Chocaron con elegancia las copas, y bebieron el burbujeante y helado espumante de lujo.

No bien terminaron la bebida, ambos abrieron desmesuradamente los ojos, con un gesto de sorpresa y dolor extremo.

¡MALDICIÓN, ENVENENASTE LAS COPAS! Gritaron al unísono.

Y echando espuma y sangre por la boca, cayeron juntos al suelo, retorcidos de espasmos en sus entrañas que se quemaban por dentro, por efecto del letal químico que habían esparcido en el interior de las finísimas copas talladas.

Todos estos detalles los supe cuando velé sus cadáveres. Me contaron, a su modo, la historia de sus trágicos decesos.

Conseguí, de paso, que confesaran el destino de los cuerpos mutilados de sus respectivos amantes, para que también pudieran descansar en paz.

El comisario Contreras se encargó del asunto, y me dio las botellitas con el veneno espantoso que se llevó las vidas de la “pareja perfecta” de la alta sociedad.

Las tengo en las estanterías de mi colección, y cuando todo se encuentra en silencio, parecen susurrar palabras en amabilísimos tonos irónicos, tan falsas, que asustan muchísimo más que los insultos bajos y groseros.

Les deseo a todos una muy feliz Navidad, donde celebren sentimientos auténticos, totalmente más valiosos que las apariencias y el lujo: sin amor, no hay nada que festejar en la vida…

Los espero, como siempre, en La Morgue, para que admiren mi colección y sus historias.

Hasta el próximo velatorio…


@NMarmor

Edgard, el coleccionista




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