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Los espíritus son nocturnos, parte 1

¿Los espíritus sólo aparecen de noche?


Era una pregunta que Elena se hacía siempre antes de dormir, viendo fijamente el clóset, esperando que esa vez no se abriera liberando un ser de ahí dentro.


La primera noche que lo vio pensó que era su imaginación, en la oscuridad de su clóset sólo se veía un pequeño reflejo de luz, intentó enfocar mejor y descubrió que parecía ser un ojo viéndola desde ahí dentro. La niña de a penas seis años, cerró los ojos lo más fuerte que pudo y trató de olvidarlo.


En la mañana, ya con la habitación iluminada, el clóset se veía mucho más inofensivo, sin embargo, algo en la oscuridad que embarga su interior la mantuvo alejada.

Elena aprendió a habitar su cuarto sin acercarse a él, a sólo abrirlo lo necesario para tomar algo y mantenerlo siempre cerrado. Mas eso no fue suficiente.


Bastaron unos meses y de nuevo la puerta del clóset se volvió a abrir lentamente al anochecer. Elena no podía dejar de mirarlo, sabía que era mejor no hacerlo, pero ¿cómo? parecía que estuviera hipnotizada; así vio cómo una mano delgada y huesuda se asomó de la puerta.


Abrumada con el mayor terror, gritó con todas sus fuerzas.

En cuestión de segundos su madre ya estaba ahí con ella. La mujer entendía el miedo, ella misma lo había experimentado cuando era chica, y por eso mismo sabía que su hija lo había heredado.

 

Hay cosas dolorosas que una debe de acpetar cuando se vuelve madre, y ella había aprendido a vivir con que ahora su primogénita viviría con una sensibilidad a ver algo más allá que los demás.

 

Tras revisar el clóset de la chica, la mujer se retiró de la habitación dejándola sola en la oscuridad.


Elena se convenció entonces de que no había nada que temer.

Durante varias noches seguidas, al mirar al clóset continuaba viendo esa mano asomándose ahí, hasta aprendió a dormir frente a su presencia.

En sus sueños imaginaba cómo la mano tenía vida propia y podía caminar hasta la cama, escalar sus sábanas y entrar ahí a su lado.


Las pesadillas continuaron mientras que Elena crecía viendo a diario esa mano asomándose en las noches.


Alcanzando los doce años de edad, algo cambió.

Del clóset se asomó ahora todo el brazo completo, ya no era sólo esa mano, también venía acompañada de un brazo largo que se estiraba para tocarla.


La chica, ya acostumbrada a sus visiones nocturas, no se imaginó que algo fuera a cambiar, así que al ver frente a ella ese brazo casi tocándola, su mundo cambió.


A unos metros, en la habitación contigua dormía su madre, quien, gracias a sus enfermedades, peleaba contra sus propios terrores en las noches, así que decidió no despertarla. Sin entender qué más podía hacer, Elena tomó su coclcha y bajó a dormir a la sala.


Ahí, en el sillón, miraba hacia arriba sabiendo que en su habitación había algo más esperándola, y , a pesar de que la curiosidad la mataba, no se atrevía a subir para ver mejor qué era. Prefería permanecer ahí en silencio, esperando a que todo pasara nuevamente.

Tal vez, al amanecer el brazo se habría ido.


A la mañana siguiente, Elena pensó que tal vez todo eso había sido un sueño, subió corriendo la escalera de la casa hasta llegar a su habitación. Antes de abrir su puerta, la chica suspiró y se armó de valor, pero su valentía no significó nada comparada con lo que tuvo que enfrentar al momento de girar la manilla.




Fin de primera parte.




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