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La Chica Llamada Cuervo

Madre de una Tristeza

Las Tristezas siempre me han acompañado, pero no siempre han sido las tres que al día de hoy son.

Al inicio sólo era una, era tan pequeña que a menudo olvidaba su voz, la escuchana de lejos susurrando cuando intentaba gritar y trepando por mis zapatos para llegar a mí.

Una noche, mientras dormía, la diminuta Tristeza trepó hasta mi cerebro y se alimentó de él, así durante esas horas fue creciendo hasta volverse del tamaño de una niña, misma que a partir de ese momento se aferró a mí.


Los días se volvían más cansados al tener que cargar con ella, así que decidí crearle una compañía. Metí mi mano en su boca y saqué un pedazo de su corazón, juntas lo sembramos en una maceta del jardín y nos sentamos a su lado para verlo crecer.

De la tierra floreció una Tristeza delgada y pálida. La ayudamos a levantarse pero moría de hambre, asíque esta vez la alimenté con mi sangre. De una vena brotó lo suficiente para que creciera del tamaño de su hermana.


Ahora las dos niñas caminaban de la mano siguiéndome como una sombra, ya no se aferraban a mi cuerpo, eso me daba la sensación de que me podía perder de ellas, y algunas veces lo intenté. Me escondí de ellas en mi cuarto, corría y cerraba la puerta, pero ellas golpeaban con sus puños y arañaban la madera gritando que las dejara entrar.


Lo que al inicio parecía ser una buena compañía, se había vuelto una tortura, y lo peor es que eran mi propia creación, podía disgtinguir rasgos míos en sus rostros.


Me gustaría decir que las vencí, que logré controlarlas y guardarlas en un cajón donde no pudieran aterrarme, pero fue todo lo contrario: en un momento de desesperación, la ansiedad de ver sus ojos siempre encima de mí me controló y las empujé lejos de mí.

Sus frágiles cuerpos cayeron al suelo y escuché un gole seco, la cabeza de una de ellas se había roto como si se tratase de una muleca de porcelana.

Grité al ver el daño que había causado, inclusive traté de unir los trozos, pero para mi sorpresa, del agujero salió arrastrándose otro cuerpo.


Así llegó a nuestra vida la tercera Tristeza.


Me volví madre de mi propia depresión, sostuve en mis brazos los cachos de mi propia psique fragmentada y la alimenté de mí, a la tercera chica la alimenté con mi piel, corté centímetros con una navaja y vi cómo ella los digería sin masticarlos antes.



Ahora las tres Tristezas me acompañan a donde sea que yo vaya, bailan alrededor de mi cama mientras duermo y se cuelgan de mi espalda jalando mi cabello.

Ellas son tan yo como yo soy Ellas, es por eso que las odio tanto y es por eso que las amo con todo mi ser.




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