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SINDICATO DE CADÁVERES EN PROTESTA

Vino a verme Aníbal, un colega de un pueblo vecino caído en desgracia. Me rogaba, avergonzado, que le prestara un féretro, ya que estaba casi en bancarrota, lleno de deudas.

Inexplicablemente para él, ya que se consideraba un empresario prestigioso, la gente prefería acudir a la competencia, aunque les quedara a kilómetros de distancia.

No entendía qué ocurría en sus velatorios: había demasiadas personas descompuestas, algo natural, dado la naturaleza del evento, pero sus malestares no eran acordes a los de la angustia de las despedidas.

Quienes asistían a las ceremonias, aun sin ser cercanos a los despedidos, sufrían dolores de cabeza que duraban semanas, náuseas, horrendas pesadillas, y la sensación de “ser espiados” constantemente.

Comenzó a correrse la voz de que el salón de Aníbal tenía alguna sustancia tóxica.

El hombre, afligido, buscó profesionales que verificaran el estado de su establecimiento, y chequeó exhaustivamente su servicio de catering, pero no encontró nada perjudicial.

Pero la respuesta me llegó rápidamente: la energía que capté del pobre Aníbal me dio la respuesta de su catástrofe económica.

Con su permiso, llamé a mi querido asistente, Tristán, y a mi amada Aurora, para potenciar la visión que vislumbraba.

Él, asombrado y curioso, no tuvo inconvenientes.

Tristán y Aurora, no bien entraron y saludaron a Aníbal, me confirmaron lo que yo suponía.

Aníbal: quizás no creas lo que voy a decirte, pero avalado por la opinión de los míos, lo haré con absoluta seguridad: no has venido solo.

No te comprendo, Edgard…

Pues te lo diré sin rodeos: estás rodeado de una horda de espectros espantosos, horrendos a la vista, putrefactos, deformes, coléricos, y muy, muy disgustados…

¿¿¿¿Qué????

Lo que escuchaste. Ahora mismo, en primera fila, tras tu espalda, tres entes de pesadilla nos miran con un odio terrible, a ti, a nosotros, y entre ellos mismos. Son una imagen del mismísimo infierno.

¡Dios mío! ¿Qué me dices?

La verdad, Aníbal. Estos espíritus han tenido terribles peleas durante sus vidas. Todos se conocen entre sí. Guardan rencores viejos, envidias, historias de traiciones y disgustos amorosos y económicos en los que han interactuado.

Cómo ya no saben cómo agredirse y dañarse entre ellos, decidieron drenar sus odios con las personas que se acercan a ti y tu sala velatoria, perjudicándoles la salud y la tranquilidad de espírtitu.

Te detestan, Aníbal, porque te consideran el culpable de no poder seguir con sus reyertas del mundo material, al haber oficiado sus velorios…

¡Pero nunca le he hecho daño a nadie!

Lo sé. Pero las emociones negativas que no se resuelven en vida, no saben de razones o justicia en sujetos resentidos. Podemos ayudarte ahora mismo, o, al menos intentarlo. Pero deberás tolerar visualizar a los seres que te están atormentando y boicoteando tu negocio. Te lo advierto, porque son terroríficos y repugnantes, y no quisiera que te descompongas o entres en pánico, más, sabiendo de que son tu constante compañía desde hace un largo tiempo.

¡Sí, por favor! ¡Ayúdenme! Ya no tolero tantos problemas económicos, malestares y maledicencias a mi alrededor…

Impusimos las manos alrededor de Aníbal, que se quedó helado, con la boca abierta ante la visión infernal que se presentó ante sus ojos, desmesuradamente abiertos de pavor.

Un ser putrefacto, con más gusanos que facciones, revoleaba sus saltones ojos sin párpados, haciendo gestos obscenos, y sacudiendo burlonamente una negra y larga lengua.

Un ente, que en su vida terrenal debió haber sido una mujer, señalaba colérica a Aníbal, toda cubierta de ratas de ojos rojos incandescentes que le iban arrancando con sus filosos incisivos pedazos de carne podrida, masticándola como un manjar, agitando sus colas.

Un cuasi esqueleto cubierto de arañas repulsivas movía amenazadoramente sus otrora puños, dejando caer en sus asquerosos movimientos, bichos que estallaban como pequeñas bombas en el piso.

Y así era la “corte” que acompañaba al pobre Aníbal: unos engendros que el odio había transformado, con su malvada energía, en seres que oscilaban entre la fealdad más abyecta, y la locura más pérfida.

Tristán tomó la palabra:

Almas sufrientes: suelten, por favor, la terrible carga de malos sentimientos que los agobian. Al diseminarlos, no hacen más que acrecentar el gran dolor y amargura que cargan…

La respuesta de la demoníaca horda fue muecas y gestos de burla y rencor, que no dejaron callado a mi amigo.

Tienen dos caminos, les agrade o no. Pueden perdonar y arrepentirse, o conseguir la condena eterna.

Miren en su interior. Recuerden las cosas bonitas de sus vidas terrenales: el amor, la amistad, los actos buenos y generosos, olvidando la maldad que los ha herido. Si se enfocan en eso, verán que han sido mucho más valederas las cosas positivas que las dañinas, y podrán alcanzar una paz y un descanso que los elevará a un plano de beatitud soñada…

Muchos de los entes parecieron dudar. Algunos manifestaban asombro, y abandonaban su aspecto macabro, mostrando la imagen que tenían en vida.

Pero otros, por el contrario, se tornaron más horribles y agresivos, generando una niebla oscura y asfixiante.

¡A ustedes, infames, corruptos, que no tienen capacidad de perdón ni bondad, ardan en el limbo de sufrimiento al que se aferran!

Concentrados en las palabras de Tristán, direccionamos nuestras energías en la misma frecuencia que él transmitía con la fuerza de su voz indignada.

Los horribles seres, luego de retorcerse y deformarse, como una masa derritiéndose, estallaron en cenizas negras.

Los otros espectros, mostraban gestos de arrepentimiento y algunos lloraban, y se tomaban el pecho, drenando una aflicción terrible.

Ustedes, que lograron dejar los resentimientos y malos pensamientos, asciendan hacia la luz… ¡Sean libres!

Esa frase fue el incentivo que liberó a los sufrientes, que se relajaron, y mirando hacia arriba, fueron subiendo mientras se desvanecían en una brumosa luminosidad mansa y benévola.

Antes de esfumarse, dejaron caer una tela.

La voz de Aníbal, llorosa, nos sacó del ensimismamiento y concentración que requirió la condena y liberación de la horda.

¡Dios mío! ¡He reconocido mucha gente! Todos, tal como me dijiste, con querellas personales y riñas más que conocidas en el pueblo.

¡Lo que he presenciado es maravilloso y aterrador! Ahora tengo otra visión de la vida y la muerte. Voy a tratar de reconciliar a cuanta gente pueda: creo que va a ser mi gran misión en la vida, luego de esta experiencia…

Eso es muy bueno, Aníbal. Yo te ayudaré, no solo económicamente, a restablecer tu negocio, sino que también me ocuparé de restaurar tu prestigio. Te lo mereces.

Aníbal se marchó aliviado, feliz, y con un poderoso conocimiento que cambiaría el sentido de su existencia.

No bien se retiró, junté las cenizas de los espectros condenados en un frasco muy hermético, y levanté del suelo el trozo de tela que dejaron los espíritus de ascendieron.

Era una especie de bandera de seda, muy similar al símbolo del ying y yang, puesto que se dividía en dos mitades, una blanca y una negra, que representaban las fuerzas del bien y del mal. En el centro de la bandera se visualizaba un ojo, que nos hablaba de la visión que hay que tener para elegir el camino correcto. Me agradó mucho este mensaje…

Tanto la bandera, como las cenizas, que a veces refulgen en la oscuridad con un desagradable brillo de fuego fatuo, se encuentran exhibidas en los estantes de mi colección, disponibles para ustedes, si quieren verlas.

Yo los espero, para que admiren todos los objetos que surgen de las luchas espirituales, y disfruten de las historias que las acompañan.

Edgard, el coleccionista

@NMarmor


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