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"Romeo"

Me enamoré de ella desde la primera vez que la escuché en clase, su voz era tan dulce. Yo estaba muy metido dibujando algunos garabatos en la parte de atrás de mi cuaderno, pero solo así, de la nada, todo el caos se detuvo como si el mundo dejara de emitir algún sonido y lo único que pudiese escuchar era su voz, esa angelical voz.

Volteé de inmediato y para mi sorpresa aquella chica no era tan agraciada, tenía los ojos hinchados y muy grandes, muy similar a un sapo. Su cabello estaba desarreglado y se notaba que en algún momento se lo había teñido, pero ahora solo se veía gastado.

El cuerpo…ña, su postura era de un jorobado y parecía que ni tetas ni culo existían para ella. Pero no me importó, simplemente cerré los ojos y dejé que su voz me inundara los sentidos.

No sé porqué lo hice pero terminando la clase la invité a caminar al parque, ella aceptó de inmediato y al día siguiente nos reunimos en la entrada de la prepa para después seguir con nuestro camino. Yo iba muy callado, no sabía qué decirle, simplemente quería que ella hablara. De vez en cuando le preguntaba cosas random para seguir con la plática.

La primera cita fue excelente, nos seguimos viendo y después de algunas semanas nos hicimos novios.

No me atrevía a besarla, ni siquiera a darle la mano, me parecía repugnante y lo único que me interesaba era escuchar su voz, así que me hice un buen novio a pesar de la falta de contacto físico. Ella me dijo que eso le parecía muy tierno, pero que en algún punto le gustaría pasar a un acercamiento.

Poco a poco me fui hartando de sus peticiones, quería que la abrazara, que la besara, que me acercara a ella, llegamos al punto de pelear por cualquier tontería y un día, después de una gran discusión, ella decidió cortarme.

No pude soportarlo, necesitaba de su voz, desesperado le dije que fuera a mi casa, que le presentaría a mi familia, que las cosas mejoraría y que podría acercarme más a ella, la invité con promesas falsas.

Cuando llegó le abrí la puerta, la besé, la abracé como nunca y la invité a mi cuarto.

Estuvimos hablando, ella más que yo, se me fue acercando con ternura y dejé que me abrazara, la emoción me invadió y tuve que llevarla a mi estudio.

Dejé que pasara primero para poder cerrar la puerta detrás de mí, cuando encendí la luz lo primero que vio fueron los frascos.

No entendía lo que estaba pasando, me preguntó por ellos, por aquellos tres frascos que estaban en mi librero. La tomé de la mano y la llevé a ellos.

Tomé el primer frasco y comencé a leer su etiqueta: “Luisa, 12 años, ojos hermosos, mirada tierna y encantadora, 1997”.

Segundo frasco: “Cristina, 15 años, manos delicadas, 2000”.

Tercer frasco: “Paulina, 17 años, la voz más dulce, 2002”.

Ella comenzó a gritar desenfrenada, tuve que amordazarla y amarrarla a la silla que tenía preparada. Le inyecté anestesia que había robado del consultorio de papá así como algunos otros utensilios.

Encendí mi estereo y lo puse a todo volumen, por fin, había llegado el momento de llenar el tercer frasco.



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