Cuando Alejandro falleció, se tomó la decisión de que nadie tenía que enterarse de la noticia.
Su familia se reunió en la casa al rededor de la cama donde yacía el cuerpo del adolescente y decidieron que esa noticia no iba a salir de la casa: todos iban a guardar el secreto.
Los primeros en molestarse por la noticia fueron sus hermanos, ellos habían escuchado en la escuela que todos los muertos requieren de un funeral para poder "cruzar la línea al otro lado"; es decir que sin ese ritual no habría forma de que ellos cruzaran y salieran de este plano, por ende, su hermano permanecería encerrado en la casa por siempre.
No importó cuánto gritaron los hermanos para pedir que liberaran a Alejandro, sus padres se habían hecho a la idea de que los funerales eran sólo una industria creada para robar dinero de la gente y que hasta la Muerte se había vuelto un negocio.
El padre de Alejandro, molesto con el negocio funerario, decidió realizar un velorio en casa, permanecer más tiempo con el chico y sentir que el proceso fuera más íntimo, sin embargo, su pareja opinaba distinto; ella se había convencido de que era imposible esa idea así, ella lo convenció de que no se haría ningún velorio ya que eso significaba admitir una muerte que nadie estaba dispuesto a aceptar.
Así, la familia siguió las instrucciones de la madre, quien, con el corazón destrozado eligió negar todo el hecho y permanecer el mayor tiempo posible junto a su hijo.
Ella lo vistió, limpió su cuerpo y lo mantuvo "vivo" a su manera.
Primero comenzó con las fotos.
Acomodó al chico en la sala, puso cojines alrededor de él para mantenerlo erguido y colocó unos juguetes junto a él. Sentó a sus hermanos a su lado, ellos temblaban de miedo al ver el cadáver frío de su hermano a un lado, sin embargo, por instrucciones de su madre, sonrieron para las fotos.
El cuerpo del chico fue llevado a diferentes locaciones de la casa, acomodado en poses distintas mientras que su cuerpo todavía permitía estos movimientos y mantener a alguien a su lado.
Con el paso de las horas, el cuerpo fue empeorando su condición. Todos sabían que era momento de despedirse de él, menos ella, su madre continuaba negando ese hecho. Nadie iba a separarla de él.
Para el momento en que revelaron las fotos, el cuerpo del chico había alcanzado un nivel muy alto de descomposición.
La madre guardó sus fotos junto con la ropa y editó sus ojos para mantenerlos abiertos. Su cuerpo fue llevado a una habitación de la casa destinada para él, ahí, con ayuda de un embalsamador, lo mantendría con vida habitando el lugar y nunca se separarían.
Sólo había algo que ni ella podía ignorar, y eso eran las manos, ya esqueléticas y moradas del chico. Por más que pudiera conservar su cuerpo, pintar su rostro y mantenerlo, de alguna forma las manos siempre sobresalían en las fotos, esas manos muertas que al intentar abrazarlo, de alguna manera encontraban la forma de encajarse en ella aferrándose a ese abrazo que duraría aun después de la muerte.
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