El tatuaje
Mi fiel ayudante, Tristán, vino muy triste a contarme que había fallecido Tania, la bella panadera.
Él había trabado una linda amistad con la buena mujer de la que, creo, estaba un poco enamorado. Me avisó que su hija se sentía demasiado abatida como para tramitar los protocolos funerarios, pero sabía que su madre había dejado arreglos al respecto, que me concernían.
—Me parece, señor Edgard, que debería hablar con Lía. Sería muy útil que tuviera una charla con usted.
—¿Qué ocurrió, amigo?
—Es un presentimiento.
—No se diga más.
Llevado por la sugerencia, fui hasta la casa de la joven. Me recibió pensando que venía a cumplimentar los trámites del deceso.
—Puedo aprovechar, querida, para pedirle el certificado. En realidad, estoy aquí para conversar con usted, por recomendación de un amigo de su mamá.
—Debe ser Tristán. Ella lo apreciaba. Decía que era un buen hombre. Confiaba en él.
—La invito a confiar en mí.
—Es una historia larga –dijo, suspirando con tristeza.
—La escucho.
—Hace unas semanas, mi madre cambió. De ser alegre, extrovertida y enérgica, comencé a notarla distraída, triste, preocupada. La descubrí llorando a escondidas. Le tuve que suplicar que me contara qué le ocurría, y lo hizo sólo porque pensó que yo me encontraba en peligro.
"Como sabrá, no tengo papá. Siempre creí (así me lo había dicho ella), que la habían repudiado en su familia por quedar embarazada soltera, y al desaparecer su novio, decidió armar su destino en otro lugar, y vino aquí a tenerme, montando con sus ahorros la panadería que fue su orgullo.
"Ocurre que, en realidad, fue secuestrada de jovencita, y obligada a prostituirse por un hombre despreciable. El mal nacido marcaba a sus víctimas con un horrible tatuaje en la espalda, que mamá siempre escondía y del que yo, ignorante de su origen, me reía las pocas veces que lo veía por algún descuido de ella.
"Me contó que cuando descubrió su embarazo, juntó valor para hacer lo que nadie se atrevía: denunciar a Iván, el malvado que había destrozado su vida, ya que, si bien no era el eslabón principal, formaba parte de una gruesa cadena de proxenetas que esclavizaba mujeres inocentes desde su minoría de edad.
"Si bien no sabía quién era el padre de su hijo, ella amaba a su bebé, y había visto lo que ocurría con Iván cuando una de sus chicas quedaba encinta: era golpeada hasta que abortaba. Si eso no ocurría, traía a una mujer que se ocupaba del "problema". Y si la chica en cuestión ya estaba muy avanzada para detener el nacimiento, por haberlo ocultado, la dejaba encerrada, en condiciones infrahumanas, para traer un niño al mundo, y vendía al bebé no bien nacía.
"Acudió a un cliente que era policía, y, según me dijo, muy buena persona, ya que se asombró auténticamente al saber que era obligada a prostituirse, y más aún, desde que edad.
"Nahuel se comprometió, si ella testificaba, a meter preso a Iván. Y lo consiguió. Sus compañeras de desgracia, aunque muertas de miedo, también se presentaron a la justicia, por lo que el malvado cayó a la cárcel, no sin antes prometer venganza a mi madre, como instigadora de la sublevación.
"Ella, feliz de verse libre, no quiso arriesgar la seguridad de su querida familia, y huyó hacia un lugar muy lejano a recomenzar su vida. Todo parecía haber salido bien: el pueblo la recibió con cariño, y pudo tenerme, educarme y trabajar en paz.
"Un día, vio a un hombre espiando su negocio. Se quedó congelada de horror al ver a Iván sonriéndole burlonamente. Su promesa de venganza no había sido olvidada. Y temía que recayera sobre mí, lo que más amaba en el mundo. Le rogué que acudiéramos nuevamente a la policía, a lo que arguyó que no podía acusar de nada al hombre, porque seguramente había salido en libertad, después de tantos años, y que no tenía qué denunciar. Me rogó que no saliera de la casa, al menos por un tiempo.
"Sé que llegó a comprar un arma. La tenía escondida en la caja de recaudaciones. Comencé a ver al tipo espiar constantemente a mi madre, con esa sonrisa horrible. El día que decidí buscar ayuda, porque el acoso estaba devastando a mamá, su corazón dijo basta. Falleció antes de que pudiera hacer nada por ella.
La pobre niña estalló en lágrimas. La abracé, y le sugerí: Lía, no puede quedarse sola aquí. Venga a mi casa. Con Tristán la protegeremos de ese monstruo. Y verá que hallaremos alguna solución.
Creo que aceptó mi oferta sólo para poder descansar tranquila un poco. Se la veía totalmente agotada. La dejé en una habitación, con Cerbero, mi mastín, cuidándola. El perrote se olvidó de su tamaño gigantesco para acostarse con la chica, para alivio de ella, en la cama. Así los dejé, abrazados, con la seguridad de que el animal daría su vida por defender a Lía de ser necesario, y me aboqué a preparar el velatorio, poniendo al tanto a Tristán de los sucesos.
Cuando llegó el cuerpo de Tania y comencé mi labor, apareció su espectro, con el rostro transido de aflicción.
—Tranquila, buena mujer. Sé lo que ocurre. Protegeré a tu hija. Podrás descansar en paz luego de esta noche. Su imagen se difuminó. Yo sabía que aún estaba presente. La sentía. Puse su cuerpo de espaldas. Vi el horrible tatuaje con el que Iván "marcaba" a sus víctimas. Una calavera en llamas, apoyada sobre espinas. Una frase odiosa se leía bajo la fea imagen: "Propiedad privada".
Mi indignación me orientó con los pasos a seguir. Con un escalpelo, retiré el trozo de piel con el dibujo, empapándolo en los químicos adecuados para disponerlo como la tela de un cuadro, mientras, guiado por mi furia, recité unas oraciones orientadas hacia Iván.
Sin que lo notara se acercó Tristán, e impuso sus manos sobre mí, potenciando mi ritual, más intuitivo que pensado. Cuando concluimos, comencé la preparación del cuerpo. Al inicio del velatorio, Tristán despertó a Lía para que despidiera a su madre.
—No te asustes, si ves a Iván. Seguramente vendrá, pero con nosotros, te aseguro que nada deberás temer.
La chica asintió. Fueron asistiendo los deudos. Ya avanzada la ceremonia, apareció el deleznable rufián. Se acercó a Lía, como para darle el pésame. Yo, estratégicamente cerca, escuché sus sibilinas palabras: Eres bonita como tu madre. Serás una excelente pupila para mi rebaño descarriado.
—Retírese, caballero —le dije, mientras Tristán abrazaba a la aterrada muchacha.
—No es bienvenido aquí
—¿Y si no lo hago? ¿Qué sucederá? ¿Llamará a la policía?
—Para nada. No soy tan mundano. Arriésguese, y compruébelo por usted mismo.
Algo debió percibir en mi mirada colérica, que lo sacó de su postura de matón.
—No te librarás de mí fácilmente, pequeña. Tu madre me quedó debiendo algo. Y voy a cobrármelo.
Con esas venenosas palabras, se retiró, adentrándose en la noche tormentosa. Consolamos a Lía. Cuando concluyó el velorio, se retiró a descansar. Fuimos con Tristán a la oficina, donde había quedado extendida la piel con el tatuaje. Con la mirada fija en él, oramos. Las flamas que ardían sobre el cráneo, transmutaron en un sol naciente. Las espinas, en flores. Y la funesta frase, cambió por: "Eres libre".
Apareció Tania, relajadas sus facciones en un gesto de paz. Nos saludó sonriendo, mientras ascendió hasta desaparecer, entre suaves luces.
Al día siguiente, nos enteramos oficialmente lo que ya sabíamos, por haberlo visualizado en nuestro ritual. Cuando Iván se retiró furioso del velatorio, se dirigió hacia el parque de la única mansión del pueblo, donde tenía un cómplice, esperándolo en la oscuridad.
Antes de llegar a su destino, estalló un rayo, que lo alcanzó en el cráneo, incendiando su cabeza antes de caer fulminado sobre una planta espinosa, derribando un cartel que advertía: "Propiedad privada".
La maldad contenida en el tatuaje lo había atravesado de pleno. Sólo le contamos a Lía que el tipo había muerto accidentalmente y que nada debía de temer. Le prometí, también, encontrar a la familia de Tania, con lo que quedó ilusionada, dentro de su gran tristeza.
Volviendo a mí creo, amigos, que me descontrolo un poco cuando me disgusto. Sólo un poco.
Los espero gustoso en La Morgue, para relatarles mis historias. Posiblemente les muestre el cuadro del tatuaje.
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