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EL ENDEMONIADO

Miguel era un niño normal y feliz.

Cuando cumplió los catorce años, tuvo un ataque de epilepsia.

Aunque la lógica indicaba llevar a Miguel con un médico, su madre, Sonia, se opuso firmemente, basada en sus convicciones de fanática religiosa, que imponía con firmeza a toda la familia.

--Es más que claro la presencia del demonio en el niño. De seguro, debe haberse dejado llevar por la tentación de la carne, y Satán se está manifestando en él. Con la ayuda de la Santa Madre Iglesia, expulsaremos al maligno.

Sonia llevó a Miguel con el cura, que le dio toda clase de confusos consejos incomprensibles sobre la entrada a la madurez, una innumerable lista de pecados que debía evitar, y lo despachó con una serie de mandatos inútiles para su joven vida.

--Me duele mucho la cabeza, mamá…

--¡Reza, Miguel! ¡De seguro es el demonio que quiere entrar a tu cuerpo! ¡Sé fuerte y ora con devoción!

--Mamá, te juro que me siento muy mal. Creo que debería ver a un doctor…

--¡Nada sabes de la vida, necio! ¡Confía en tu madre, y pide a Dios por tu salvación!

Miguel sufrió otro ataque epiléptico.

Las migrañas se hicieron frecuentes, haciéndole sensible a la luz, los sonidos fuertes, y dejándolo en un estado de sopor, sin ganas de salir de la cama.

En este punto, hasta el mismo sacerdote le recomendó a Sonia llevar con un médico al joven.

Indignada, despidió al cura, tratándolo de carente de fe, y se cambió de parroquia, uniéndose y arrastrando a su familia a una sumamente fundamentalista.

Miguel empeoraba día a día.

Tuvo que abandonar la escuela. Bajó más de doce kilos.

En los escasos momentos de lucidez que tenía, decía blasfemias a los gritos, y su cuerpo demacrado se contracturaba en posiciones anti naturales.

Sonia, más que preocuparse, se sentía satisfecha:

--¿Ven cómo yo tenía razón? ¿Quién sino el mismo Satán sería capaz de hacerle esto a mi niño? En la Iglesia encontraremos la solución.

Una de las religiosas de la congregación le sugirió a Sonia internar a Miguel en el hospicio de la orden, donde el niño sería supervisado por sacerdotes que velarían constantemente por su bienestar espiritual.

Aportando una cifra enorme de dinero a esa entidad, que Sonia no se tomó el trabajo de averiguar si realmente era avalada por la iglesia católica, (de haberlo hecho, hubiera descubierto que era una secta conformada por fanáticos expulsados por su fanatismo extremo y nocivo), dejó a su pobre hijo en manos de gente que aplicaba métodos medievales, prácticamente, para las dolencias del muchacho.

Las pocas veces que la familia lo visitaba, se encontraba, horrorizada, con un desconocido, casi en los huesos, con señales de haber sido golpeado, y atado a una silla, con la cabeza ladeada, la mirada perdida, y la boca babeante…

En ese punto, cualquier pariente directo del chico debió intervenir poniendo una denuncia, y exigiendo que se le enviara a una institución médica. Nadie lo hizo. Todos dejaron que la férrea voluntad de Sonia imperara sobre la cordura. La déspota se impuso sobre la lógica y el bienestar del pobre adolescente.

Sonia empeñó los bienes de la familia para aportar a la institución que deterioraba a su hijo a ojos vista, convencida que lo hacía por su bienestar.

Meses después, ocurrió lo inevitable: Miguel, luego de un virulento ataque de convulsiones, falleció, atado como un animal salvaje a un camastro asqueroso.

Obviamente, tuvo que intervenir la justicia para la entrega del cuerpo, pese a la reticencia a respecto de la dudosa congregación, que quería mantener en secreto los detalles del deceso.

Los médicos intervinientes quedaron horrorizados al examinar a Miguel. Estaba desnutrido, deshidratado, mostraba huellas de palizas recientes, escaldaduras en la zona genital por falta de higiene, al no cambiarle los pañales con la debida frecuencia, y lastimaduras en muñecas y tobillos por las ajustadas sujeciones que lo mantenían inmóvil por horas.

Lo peor vino con la autopsia: Miguel tenía un tumor cerebral, que le causaba el cuadro convulsivo, y los malestares y anomalías que padecía.

--Era operable. Si lo hubieran tratado a tiempo, el chico estaría vivo. Es un verdadero crimen lo que se hizo con él…

Los doctores concordaron en presentar una denuncia en base a las pruebas obtenidas.

Hasta que se dictaminaran las acciones consecuentes, se le entregó el cuerpo a la familia, para despedirlo y enterrarlo.

Así llegó Miguel a mis manos.

Como la nefasta madre insistía con un velatorio a cajón abierto, tuve que pedirle a Tristán, mi querido ayudante, me asistiera para arreglar el cuerpo total y absolutamente deteriorado del pobre joven. Vi su gesto de impotencia, totalmente comprensible.

No bien tocamos el cuerpo para abocarnos a nuestra triste labor, el espectro de Miguel se presentó, con lágrimas de sangre en sus ojos llenos de dolor.

En una explosión de pura energía, conectó con nosotros para que conociéramos su historia. Vivenciamos, conmocionados, cada uno de sus sufrimientos y padeceres, fruto del obtuso fanatismo de su madre, la cobardía infame de su familia, y el obrar inescrupuloso de la espantosa secta en la que pasó sus últimos meses de vida.

Cada tortura, vejación y maltrato pasó por nuestro ser: el tormento extremo del chico nos transcurrió de la manera más cruda y feroz.

Miguel nos transmitió un pedido. Nos comprometimos a cumplirlo, pese a las consecuencias económicas y legales que podían llegar a representarme en el futuro.

En primera instancia, abrimos la cabeza del joven, y extirpamos el tumor, asombrosamente cruciforme, que le había arrebatado su existir. Quería ser enterrado sin él.

Luego nos abocamos a trabajar durante horas muy duramente, poniendo todo mi arte en juego, con la ayuda crucial de Tristán, para presentar a Miguel con un aspecto similar al del chico de catorce años, feliz, que tuvo la tragedia de enfermarse en un ambiente de fanatismo e indiferencia hostil.

Dentro de lo posible, puedo decir que conseguimos una triste obra maestra: el cuerpo se veía muy bien.

Con el pecho oprimido de desdicha, se inició el velatorio.

Cada minuto que pasaba, escuchando las condolencias y comentarios, era una verdadera tortura.

Una contestación de Sonia a la madre de un compañero de estudios de Miguel, me dio pie para cumplir con el pedido del difunto.

--Miguelito se fue como un ángel. Bajo la ley de Dios, limpio de todo pecado o mácula. Los sufrimientos del cuerpo son una prueba para demostrar la pureza del alma, y él las superó. El demonio no se salió con la suya…

--La interrumpo, señora. ¡Miguel murió por su obstinación absurda, guiada por un fanatismo enfermo, que le negó asistencia médica! ¡De haberlo tratado un doctor, él seguiría con vida! ¡Y cómplices de este horrible crimen, son también sus cobardes e infames familiares, que no tuvieron el valor de denunciar la carencia de tratamiento al pobre muchacho, en la flor de su vida! ¡Acuso también a todos los que, percatándose de la situación, no hicieron nada para remediarla!

Así que aprovecho para pedirle a usted, su familia, sus vecinos, que se retiren ya de mi establecimiento, como póstuma muestra de respeto a Miguel. Les doy cinco minutos. Pasados estos, los haré sacar con la policía. ¡¡¡FUERA DE AQUÍ!!!

--¡No puede hacernos esto! ¡Pagué por el servicio! ¡Tenemos derecho a estar presentes! ¡Retire sus asquerosas mentiras, engendro del diablo!

--¡Ya estoy llamando a la comisaría!

Posiblemente la brutal energía en el tono de mi voz indignada puso en marcha a la multitud de personas, que, atravesados por la culpa, se sintieron urgidas a retirarse. Solo Sonia se resistió, pero terminó saliendo, en medio de insultos y maldiciones, arrastrada por el resto de los asistentes.

Solo quedaron personas que realmente ignoraban el tormento que había atravesado Miguel.

Con ellos terminó el velatorio.

Cuando estuvimos a solas, Se presentó el espíritu del joven: ya no se veía demacrado y lastimado, sino, como el adolescente que hubiera podido ser, en condiciones normales.

Satisfecho de que la verdad hubiera salido a la luz, nos despidió con una sonrisa, ascendiendo hacia el descanso eterno.

Queda pendiente el obrar de la justicia por la negligencia criminal cometida, y espero que se dicte muy pronto un veredicto, y se desarticule la infame secta que mortificó a Miguel.

Me resta afrontar una demanda de Sonia por incumplimiento del contrato por la ceremonia fúnebre. Pero es lo que menos me preocupa.

El tumor con forma de cruz está exhibido en un frasco en los estantes de mi colección.

Pasó de su feo color oscuro a una clara tonalidad brillante. Mirarlo es recordar lo negativo y destructivo del fanatismo, en cualquier área de la vida, ya que es un triunfo de la ignorancia sobre la bondad y el sentido común: es venenoso, y hasta contagioso, si se expone a personas con ideas poco claras. Un verdadero tumor invasivo.

Usemos el pensamiento aunado al corazón, para que nadie nos manipule con fines malvados.

Quedan invitados nuevamente a pasar por La Morgue. Vengan ahora, que están vivos, para disfrutar las historias de mi colección.

Muy buen fin de semana…

Edgard, el coleccionista

@NMarmor

Imagen tomada de Pinterest




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