El Encierro, parte 1
El Cuervo estaba acostumbrado a vivir dentro de una jaula. Con el tiempo había soñado que lograba romperla y escapar, pero algunas veces parecía que la jaula lo iba a romper a él.
Día tras día había hecho su costumbre de recorrerla caminando, sacar sus alas fuera de los barrotes e imaginar que volaba, sin embargo, no era lo suficientemente fuerte para lograr salir de ahí. Al menos eso se decía a sí mismo, que por más que tratara, nunca iba a poder ver el mundo desde otra perspectiva.
El mayor problema de vivir encerrado, no era no caber en la jaula, tampoco era que sus huesos se lastimaran contra los barrotes, más bien era que no estaba solo. Día a día un personaje nuevo se agregaba a su jaula.
Las Tristezas entraban a jugar con él, fingían ser ciegas y chocar contra su cuerpo, o algunas veces arrancaban sus plumas para divertirse, otras veces era la psicosis la que llegaba como una nube espesa que le cerraba los ojos y no le permitía ver nada más que espirales.
De todas sus visitas el que más lo atormentaba era el Pasado, cuando se acercaba sentía su estómago vibrar y empezaba a sudar con nervios.
El Pasado era frío, inamovible y muy fuerte.
Una noche, la puerta de la jaula se abrió. Nadie más intervino, era como si el momento hubiera llegado y el Cuervo por fin pudiera ser libre, sin embargo, él estiró una de sus alas y la volvió a cerrar. Durmió en paz esa noche, no podía imaginarse su vida allá afuera, ¿acaso podría sobrevivir en otro lugar?
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