Casas vacías, Brenda Navarro

Varios visitantes a la Morgue, cuerpos sin arreglo la mayoría de ellos, me recomendaron Casas vacías, la primera novela de la escritora mexicana Brenda Navarro.

Conseguí el libro, terminé mis labores temprano (limpiar el anfiteatro y acomodar el cuarto frío mortuorio en donde me puse a ver películas el fin de semana) y me llevé el libro de Brenda para leerlo en un parque.

Grave error.

La gran tragedia de la novela, que es el detonante de la trama, ocurre en un parque. En los juegos infantiles que ahora para mí son sinónimo de pesadilla.

Vi con mis ojos de pierna cercenada cómo la mamá de Daniel se distraía un momento viendo su celular y cómo la mujer de la sombrilla roja se llevaba al niño para criarlo por su cuenta y posteriormente nombrarlo Leonel.

Casas vacías es el drama de dos mujeres obsesionadas con ser madres. Es un retrato de la maternidad cancelada. Es un grito desesperado de dos personas traicionadas por el destino.

Al final conocemos una nueva dimensión del significado de la palabra "madre". Una versión distorsionada por la culpa, la soledad y el vacío, pero aún así vigente, real y presente en la sociedad actual.

La reflexión sobre el dolor que sufren aquellos quienes tienen algún familiar desaparecido es brutal. La incertidumbre les abre hoyos negros en el alma que arrasan con su esperanza, su cordura y con la vida misma.

El libro está narrado en primera persona por las dos madres-no madres que protagonizan la historia. Son capítulos intercalados entre una y otra y narradora.

Para contarnos esta historia, Brenda Navarro logró un equilibrio increíble entre el vocabulario común que utilizan las protagonistas y el lenguaje literario, de tal forma que consiguió como resultado una prosa muy íntima, con lenguaje sencillo, pero a la vez escrita con maestría.

El libro está llamado a romper fronteras y a convertirse en un referente de la literatura mexicana contemporánea.