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La respuesta está en el corazón

Me habían dicho numerosas veces que “uno” tiene que estar bien antes de siquiera pensar en estar con alguien más, antes de considerar una pareja. “Uno”, no estoy segura de ser eso, un ser camuflajeado en la sociedad.

Para el momento en que decidiera que me encontraba lo suficientemente bien como para estar con alguien más, ya habrían muerto todos mis posibles prospectos, ¿no podíamos mejor estar mal juntos? ¿ser esa toxicidad de la que todos hablan? Al parecer no.

Investigué en los libros que tenía a mi alcance qué es lo que hace a un ser humano “bueno”, qué es lo que hace a “uno” ser feliz, estable. La respuesta, aunque suene a un cliché, siempre yacía en el corazón, tenía que deshacerme de este órgano pesado que me estaba causando tanto malestar, ahí guardaba mi tristeza, mi dolor, ¡claro que estaba alejando a la gente de mí!

¿Pero cómo “uno” se deshace de su corazón? Pasé a la sección de anatomía en la biblioteca, algo debía de haber aquí. Al parecer lo más que necesitaba era un bisturí y unas pinzas para extraerlo, dado que claro está, cuando “uno” está tan mal como yo estaba, no tiene amigos que lo ayuden a realizar una cirugía de tal magnitud.

Los utensilios para la cirugía fueron fáciles de conseguir en una farmacia especializada: ya nadie hace preguntas. Por puro fetiche compré los guantes de látex negros, este “uno” no iba a ser común y corriente.

Me coloqué frente al espejo y me desnudé del pecho. Como había visto en los libros, hice una marca con un plumón rojo para guiarme de cómo abrir mi piel. No voy a mentir, fue lo más doloroso que he hecho en mi vida, ¿atravesar las costillas? ¡Uff! No tienen idea de lo difícil que fue, pero al final, cubierta en sangre, sostuve a mi corazón latiendo en mis manos.

No quería enterrarlo, parecía algo feo, y primero tenía que coserme de vuelta, así que lo metí en un frasco y lo guardé debajo del piso de mi habitación. Fue fácil, lo único fácil de este proceso, sólo tuve que levantar una de las duelas de madera y esconderlo ahí.

Mis costuras fueron fatales y limpiar mi propia sangre fue de lo más complicado, pero una vez que el corazón estuvo fuera, todo fue mucho más sencillo: “uno” estaba fuera conociendo gente nueva.

Estaba tan emocionada de que ya no estaría sola más tiempo que invité al primer hombre que se fijó en mí. Lo llevé a mi habitación donde lo cubrí de besos y lo mantuve lejos de mi pecho porque la cicatriz que me atravesaba no había terminado de curar.

Él parecía feliz hasta que en un momento el corazón se interpuso; no podía contener la emoción de sentirlo cerca así que empezó a latir tan fuerte que el sonido parecía rebotar contra el frasco y mover el piso. Lo asusté y se fue, no me atreví a pedirle que se quedara, ¿cómo explicarle que yo era parte de los “uno” felices? ¿que podíamos estar juntos? Con la cara llena de lágrimas tomé el frasco de vuelta y lo abracé, ahora entiendo que seremos él y yo por toda la eternidad en esta caja donde estamos enterrados. Por siempre lo escucharé latir y recordarme que yo no soy “uno” de los felices.

ATT: Muñeca Rota #1

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