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Humo y Sombra


La fiebre era tan alta que balbuceaba incoherencias. Tenía la impresión de que hablaba en otro idioma, uno muy extraño, como latín o rumano. Incluso llegué a pensar que invocaba un demonio. La ansiedad y la angustia me hacían pensar situaciones idiotas.

El miedo de perderlo me corroía el alma. Solo me sentía mejor cuando él estaba dormido.

La enfermera enjugó su frente, el médico entró en la habitación para preguntarle si ya estaba el medicamento preparado.

—Sí, doctor —contestó. El médico acudió a administrarlo, casi sin mirar a mi esposo.

Al principio me sentía indignada al ver cómo estaban tan tranquilos. Yo con muchas dificultades podía serenarme; sin embargo, ellos hacían ese trabajo como si fuera muy sencillo, como pelar manzanas.

Quería gritarle al mundo mi sufrimiento. Quería que todos supieran cómo me sentía, pero solo me sentaba a llorar en silencio. Suplicaba a Dios un consuelo, una luz, esperanza.

Me sentía devastada e impotente.

Nunca pensé que algún día sucedería algo como esto. En un momento mi esposo estaba bien y al siguiente estábamos a punto de morir los dos. La moto había derrapado sobre un camino que acostumbrábamos mucho, todo sucedió tan rápido, tan repentino. Nunca iba a imaginarme algo así.

Conocí a mi esposo por casualidad, sin planearlo, sin buscarlo. Y ahora sentí que así, por casualidad, sin planearlo, sin buscarlo, así lo perdería.

El medicamento tardaba en funcionar, la fiebre le quedaba hasta algunos minutos después de que los químicos entraran en su organismo.

El doctor y la enfermera salieron de la habitación, mientras yo me senté a su lado en una silla de plástico, dura y fría. Apreté su mano con la fuerza de mi angustia, esperé a que dejara de balbucear.

Evité ver su rostro porque se le deformaba. Parpadeaba con los ojos en blanco, su quijada la apretaba y hablaba entre dientes.

—Ahí viene —alcancé a escucharle decir—. Rosi, viene, viene.

—¿Quién, amor? ¿Quién viene?

Continuó hablando incoherencias, palabras sin sentido o sonidos que parecían palabras.

Me puse a orar durante esa eternidad de cinco minutos. Ya no lo soportaba, quería dormirme y despertar en nuestra cama al día siguiente, como si nada. Como siempre, abrazada a él.

Preferí salir a caminar. Él ya estaba profundamente dormido y no podía hacer nada más, así que salí del hospital. Fui a comer, a caminar, a respirar el aire húmedo.

Cuando regresé mi marido continuaba igual. Solo había una silla por lo que nunca pasaba la noche allí. Pero esa vez, al despedirme, mi esposo me agarró la mano con una fuerza extraña. Miré su rostro, seguía sereno y apagado.

—¿Amor?

—Rosi —balbuceó—, no te vayas.

—No, amor, no me iré. Aquí estoy —contesté llorando angustiada.

—Están aquí.

—¿Quiénes?

Su mano soltó la mía, poco después noté que comenzó a dormirse. Lloré sobre su pecho hasta que me quedé dormida.

Lo que me despertó fue el dolor que sentía en el coxis. Abrí los ojos y lo primero que vi fue una figura sobre él. Pensé que era la enfermera que lo revisaba, pero luego miré mejor, ya no me parecía una persona. Me lancé hacia atrás, esa cosa me miró con dos ojillos brillantes, rojos como los de un conejo. Tenía las manos largas y los dedos como garras, no estaba sobre el cuerpo de mi esposo, flotaba.

No pude gritar, solo me quedé paralizada, esperando que ese ser de humo y sombra se disolviera. Cuando se fue, la luz de la habitación regresó y mi marido comenzó a balbucear de nuevo; los mismos sonidos que parecían palabras en otro idioma.

Cuando sentí que recobré la movilidad corrí horrorizada hasta donde estaban las enfermeras. Llegué casi sin voz, como pude les hice entender que había alguien en la habitación. Acudieron varias de ellas a revisar pero no había nada, mi marido seguía normal y no hablaba en otro idioma. Le tomaron los signos vitales, le revisaron todo, incluso le dieron más medicamento. Todo estaba en orden.

—Tal vez fue una pesadilla —dijo una, pienso que sí me creía. Parecía sentirse mal por mí, porque me había hablado sobre que ella perdió a su marido hacía un par de años y creo que me entendía.

—Fue tan real —murmuré. No se me iba la angustia, aunque era mejor pensar que ella tenía razón, pudo ser una pesadilla.

—Pasa muy seguido en este hospital pero no es real, son pesadillas. Nuestra mente juega con nosotros. Está usted muy cansada y no ha dormido bien, es normal que vea cosas.

—Sí, es eso —contesté sin aceptarlo realmente.

Pero, ¿Y si fuera real? ¿Qué podía hacer para evitar que vuelva? ¿Rezar? Había rezado mucho y eso seguía allí. Durante el día fui a la biblioteca que estaba a un par de cuadras, leí un poco sobre magia y fantasmas. Encontré un libro que mencionaba a seres de “humo y sombra” lo cual se me hizo muy, muy extraño, pues aunque no sabía de su existencia yo los había llamado así, sin conocerlos. Tomé una foto de la página donde se mencionaba un “conjuro” que podía impedir que volvieran, así que me decidí a probarlo.

Cuando ya no había nadie en la habitación leí en voz alta, no pude dejar de pensar en lo mucho que se parecían aquellas palabras a lo que mi marido solía balbucear afiebrado.

No pasó nada. Al menos no sucedió algo que pudiera ver o escuchar. Mi marido seguía igual, dormido. Así que lo dejé, pensé en lo estúpida que podría haberme visto y me recosté sobre el pecho de mi esposo para descansar un poco.

Me desperté con la sensación de sentirme observada. Miré hacia atrás de mí y ahí estaba ese ser de humo y sombra. Reía divertido.

—Tienes una pésima pronunciación. Has mencionado de manera incorrecta varias palabras. No obstante, así las digas bien, no conseguirás nada. Humana estúpida. Tú serás mi postre.

Brinqué y casi me caí de la silla, me percaté de que había soñado a esa criatura hablándome; aún así lo tomé como real. Al día siguiente fui temprano a la biblioteca para releer los libros y buscar más. Leí mucho, tomé fotos y los continué leyendo en el hospital. Estaba tan concentrada que no noté cuando mi esposo se sentó en la cama. Me asusté, él no me miraba a mí. —Rosi —dijo—, ahí está. Me moví para mirar detrás de mí, suspiré aliviada al ver vacía la habitación. Luego busqué entre las fotos el mismo conjuro y lo leí varias veces hasta que mi esposo regresó a la cama. Esa noche volví a ver al ser de humo y sombra. Ya no reía, me advirtió que no continuara porque no sabía en lo que me estaba metiendo. Comprendí que eran amenazas, de modo que leí el conjuro por la mañana, por la tarde y de nuevo por la noche.

Tuve la sensación de que no estaba logrando nada.

El amor de mi vida entró en coma y me vi en el dilema de si seguir leyendo el conjuro o no.

Tal vez si no lo hubiera hecho habría podido morir con él.

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