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Edgar, el coleccionista

Tóxicos

Mil disculpas por molestarlo con mis cosas, señor Edgard. - me dijo Angelina, la joven hija de una pareja fallecida recientemente. -No es ninguna molestia, señorita. Créame que comprendo muy bien los motivos que la traen por aquí. -No puedo evitar preguntarle: ¿Está usted absolutamente seguro que papá estaba muerto cuando lo enterramos? -Totalmente, Angelina. Por el acuerdo estipulado en las especificaciones sobre sus exequias, le practiqué un embalsamado. No voy a entrar en detalles sobre el procedimiento, pero le aseguro que su padre no estaba vivo. Sin ningún lugar a dudas. Angelina asintió, me tendió la mano, muy pálida, y se despidió. -Antes de que se retire, querida, quiero que se quede usted tranquila: ambos descansan ya en paz. Sus ojos cansados se llenaron de lágrimas, y sin agregar palabra alguna, se fue. Hacía una semana había oficiado el velorio de Amado, casado con Maribel. El hombre había fallecido en medio de una acalorada discusión con su mujer. Ambos eran conocidos por sus largas peleas, por los motivos más variopintos y ridículos. Aunque nunca llegaron a la violencia física, los gritos y acusaciones mutuas a cualquier horario del día tenían cansados a los vecinos. Sobre todo, a una anciana señora, que compartía una tapia, y que detestaba el escándalo en todas sus formas. Durante el velorio, doña Eleonora me había contado, a modo de desahogo, que la pareja sostenía reyertas a grito pelado con excusas de celos, malos entendidos, economía hogareña, política, hasta fútbol, inclusive, en forma insufrible. -Pero eso no terminaba allí, señor Edgard. Si eran ruidosos y molestos sus desencuentros, más aún lo eran sus reconciliaciones. Esa gente no sabía hacer nada sin gritar como cerdos en el matadero. Mientras Eleonora me comentaba, escuchaba el llanto desgarrador de Maribel, asistida por Tristán, mi ayudante, para tranquilizarla. No solo a los vecinos alteraba esta conducta del matrimonio. Su propia hija, Angelina, se había marchado del hogar para hacer su vida lejos de sus padres, porque no los toleraba más. El punto que perturbó a la joven, fue que a la noche siguiente del entierro, encontraron a Eleonora muerta en su cama, con una extraña sonrisa de satisfacción en el rostro. La autopsia reveló que fue un deceso natural. Lo que llamó la atención fueron dos cosas: si bien la casa no tenía ningún signo de entrada forzada, se encontraron huellas embarradas de un calzado masculino, desde la entrada hacia el lecho matrimonial. Lo segundo, esto más enigmático aún, fue que la tumba de Amado había sido extrañamente profanada, ya que la rotura del féretro, según el comisario, (y yo le creo absolutamente), fue realizada desde el interior hacia afuera. La tierra estaba removida, y si bien encontraron el cuerpo dentro del maltratado ataúd, este no se hallaba en el estado en que yo lo preparé para su despedida, y en su puño cerrado, tenía la alianza matrimonial de Maribel, y le faltaba su propio anillo nupcial, encontrado en la mano rígida de su esposa. El finado también presentaba un gesto de enigmático placer que no tenía en sus pompas fúnebres. Cuando velamos a Maribel, Eleonora, en forma discreta, pero determinada, me llevó a un aparte para hablar. -Mire, don Edgard. No me queda mucho tiempo en este mundo. Y no me pienso ir de él sin contar lo que escuché, aunque me tomen de vieja loca. ´´La noche que murió Maribel, me despertaron los gritos destemplados de los dos. -¿Los dos? ¿A qué se refiere? -Pues que escuché claramente la voz indignada de Amado, recriminando a su esposa haberlo dejado marchar solo, que siempre había sido así de egoísta, que seguro tenía a otro para reemplazarlo, aprovechando su muerte, y cosas por el estilo. Se me heló la sangre. ´´Maribel no se quedó atrás. Lo acusó de abandono, de infidelidad con alguna difunta, de ingratitud, y otras incoherencias por el estilo. ´´Así estuvieron un rato largo, grita que te grita, discute que te discute, hasta que se arreglaron, y empezaron a chillar, usted me entiende, de otra forma, mientras golpeaba el respaldo de su cama contra la pared de mi cuarto. ´´Obviamente, no pegué un ojo toda la noche de pesadilla, ni siquiera cuando por fin hicieron silencio. ´´¿Piensa usted que estoy loca, Edgard? Le tomé las arrugadas manos frías entre las mías, para confortarla, y le dije que le creía, y que ni bien averiguara más datos, la tendría al tanto. No tuve que esperar mucho para cumplir mi palabra. El comisario Contreras me dio los detalles de la violación de la tumba de Amado, y las huellas que iban desde su supuesto lugar de descanso eterno hasta su casa. La lluvia había transformado en lodazal la tierra del cementerio. Al parecer, Amado no podía descansar en paz sin resolver su complicada relación con Maribel. Ni siquiera su espíritu pudo abandonar el cuerpo muerto hasta lograr una última y acalorada discusión con su esposa, por lo que salió, simplemente de su tumba, y visitó por última vez a su mujer para dejar sus pullas pendientes resueltas. -Le dejo, Edgard, las alianzas intercambiadas de cuerpos. No es lo correcto, pero no son evidencia de ningún crimen, y sé que usted las apreciará, y las usará para rogar por el descanso de esas almas tan belicosas. Así que visité a Eleonora para dejarla tranquila, diciéndole que no solo le creía, sino que corroboraba su historia de cabo a rabo. -¿Piensa usted que esos dos podrán descansar en paz? -Estoy en condiciones de asegurarlo. Los enterraron en tumbas contiguas. Y cerraron su ciclo de disputas y reconciliaciones con amor mal entendido. ´´Ya son libres, Eleonora. Me queda por contar que las alianzas, que forman parte de mi colección, se fundieron formando un símbolo del infinito, muy bello, por cierto. Y si bien nada de esto se lo dije a Angelina, ella pudo quedarse tranquila respecto a sus tóxicos y complicados padres, y su enorme confusión sobre el complejo tema del amor. En el fondo, sé que todos conocemos a alguien capaz de salir de una tumba para continuar una disputa con la excusa de un apego enfermizo disfrazado de afecto. ¿O no? Los saludo, amigos míos, esperándolos en La Morgue, y si quieren, les muestro, de paso, los anillos fundidos, y el resto de mi colección.


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