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El Dios del océano

En una gran isla alejada de toda civilización hay un ritual que se realiza cada 26 años con el fin de alimentar al Dios del océano “Wohrcasimek”.


Éste Dios es el guardián de todos los habitantes del mar, ha existido desde que el planeta se creó. Con un carácter tenaz y frío logra controlar todo lo que tiene como reino. Su apariencia es de las más aterradoras que puedan existir, su tamaño es gigantesco, está cubierto por escamas en todos lados, sus brazos son tentáculos y sus piernas son unas aletas enormes que le ayudan a nadar velozmente. Con todo eso lo más escalofriante es su cabeza de tiburón martillo. Más de mil dientes afilados están contenidos en su boca y sus ojos grandes y rojizos acaban por completar su aterradora apariencia.


Los guerreros del mar entregados en vida y alma al Dios, tienen como tarea salir a tierra firme en busca de jóvenes pertenecientes a la realeza de las tribus que habitan la isla.

Al salir del agua salada logran adquirir una apariencia de hermosas doncellas, esto les ayuda para capturar a sus presas con facilidad.


El ritual se realiza de noche con un camino sobre la playa guiado por antorchas de fuego clavadas en la arena. Tambores y suaves cantos acompañan la velada, aves vuelan en parvada formando círculos en el cielo al compás de la música.

Los jóvenes capturados deben permanecer con una tela que les cubre la cara durante el inicio del ritual hasta que la luna llena queda a mitad del cielo y la marea sube su tempestad, en ese momento se descubre el rostro de los jóvenes y se les obliga a caminar por el sendero iluminado con fuego.

Asustados y sin otra opción, caminan torpemente sin saber lo que les espera.

Al final del camino ahí está esperándolos el Dios del océano “Wohrcasimek”, feroz y enojado agarra los pequeños cuerpos con sus tentáculos y les devora la cabeza de un solo bocado, después arroja sus cuerpos como recompensa para sus guerreros valientes que sin perder tiempo alguno se avientan hambrientos para no dejar ningún pedazo de carne humana.


El banquete finaliza al amanecer, los pájaros se van volando hacia el horizonte mientras el sonido de los tambores se va apagando. Las olas se encargan de borran las huellas de aquellos seres y las antorchas son arrastradas con fuerza hacia el mar. No queda rastro alguno de lo que ha pasado.


Hasta ahora los habitantes de la isla jamás se han acercado de noche a la playa pues sus antepasados cuentan leyendas de seres mutantes que devoran hombres sin dejar rastro.

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