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Un Dedo


Autor: Iván Humanes


Adoramos el dedo de nuestro padre. Dicho así, parece mínimo. Pero no es un dedo cualquiera. No somos clasistas. Nos da igual que sea el meñique. Es verdad que el anular está más ligado al corazón y puede tener más importancia para eso del romanticismo y tal. Pero en nuestra familia somos prácticos: un meñique nos basta para el objetivo que nos mueve. Más aún si es el meñique de nuestro padre. Siempre querido y tratado bien por nosotros. Hasta en el corte le tuvimos respeto. Porque si bien era el índice el que nos señalaba y marcaba el castigo, preferimos en ese momento el meñique. Es posible que porque fuese el más fácil de cortar con las tijeras de mamá. Y porque yo soy la hermana pequeña y suelo hacerle caso a mi hermano mayor para todo. Así que cuando lo dormimos con la sopa de hierbas y cayó redondo al suelo, decidimos quedarnos con el meñique. Le dejamos el índice. Le atamos en la silla de la cocina bien fuerte. Y rezamos a sus pies por mamá, como lo hacemos todos los días, hasta que él despertó. Entonces le dijimos que tuviese cuidado con ese índice. Que nada de más castigos en el sótano y señalar el camino de la cama antes de las diez. Y nuestro padre, en el fondo, es un ser adorable. Muy en el fondo, claro. Y después de jurarnos que nos mataría dijo que vale, que aceptaba la pena. El meñique por el índice. Que no sacaría a pasear nunca más el otro dedo. Le creímos. Somos sus hijos. Suponemos que nos quiere. Por más que revisamos el nudo de la silla cada día. Mi hermano le da de comer. Yo intento que no le falte agua.

Hemos puesto su meñique encima de la tele.

Nos sirve para recordar que hay que acostarse pronto.

Que debemos portarnos bien.

Porque vale, no es el índice castigador, pero un dedo es un dedo.

Por más que sea chiquito.

Y más si es un dedo de nuestro amado padre.





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