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Edgar, el coleccionista

Un caso policial

Vino a visitarnos el comisario Contreras.


Quiero contarles, señores, un caso de un colega en otro pueblo, con la intención de ver si ustedes lo pueden ayudar.


Tristán, mi asistente, estaba tan intrigado como yo.


Se trata de un caso raro. Es un finado al que se pudo reconocer por su domicilio, y algunas viejas fracturas que coinciden con el historial médico, al igual que los arreglos odontológicos. El tema es que, por el avanzado estado de deterioro del cuerpo, no se puedo realizar una autopsia concluyente que nos indique la causa del deceso. Por otro lado, el tiempo de descomposición no coincide con el testimonio de los testigos que dicen haberlo visto con vida la última vez: para ese entonces, la víctima, tendría que haber estado muerta. No hay concordancia lógica.


¿Qué tan avanzada estaba la descomposición?


Buena pregunta, Tristán. Tanto, que no le quedaba carne, prácticamente, en los huesos. Verás, lo encontraron muerto en una tina de baño. El agua era… una sopa, donde hervía la carne putrefacta. Dentro de ese caldo inmundo, los restos de evolución larvaria, coinciden con el tiempo de fallecimiento estimado, que, a su vez, echa por tierra la posibilidad de que la gente lo haya visto con vida en la fecha indicada.


¿Existe la opción de que los testigos mientan?


No, Edgard. Es gente que solo lo identificó tras hacer memoria, en lugares públicos: en un bar, en una despensa, en la farmacia. Los forenses se están volviendo locos. ¿Me acompañarían esta noche al velatorio del sujeto? Pienso que ustedes podrían captar algo. ¿Qué me dicen?


Está bien. Nos ha intrigado, Contreras. Ahora queremos saber qué ocurrió tanto como usted.


Escoltamos al comisario hasta el pueblo vecino, y participamos del velatorio. Seguía con la seguidilla de los féretros cerrados. Éramos presencias anónimas en un rincón. De pronto, sentí una vibración extraña en el aire. Por la cara de Tristán, él también. Segundos después, un cadáver descarando, mejor dicho, un esqueleto, con jirones de carne podrida colgándole como horribles ornamentos y unas pocas facciones deterioradas, apareció delante nuestro haciendo señas desesperadas.


Nos indicó salir hacia el patio interno de la funeraria. Lo seguimos. Ninguno de los dos entendió lo que el difunto intentaba decirnos con sus alocados movimientos y señales físicas. El esqueleto pareció desesperarse, y para nuestro absoluto asombro sentimos unas terribles picaduras en varios puntos del cuerpo, que nos arrancó gritos de dolor. Fue muy desagradable.


Atinamos a mirar el lugar de los ataques. Dos marcas rojas aparecieron en los sitios examinados, y se desvanecieron rápidamente. Entonces, comprendimos lo que el difunto intentaba decirnos desesperadamente. Nos acercamos al espectro, y le impusimos las manos, logrando establecer un canal de comunicación. Entonces, terribles imágenes surgieron ante nuestros ojos.


Bien conscientes de lo que debíamos hacer, buscamos a Contreras, que nos esperaba, ansioso.


Los vi salir, y por la cara que traían, me parece que algo deben haber descubierto.


Así es. ¿Podríamos hablar con su colega?


Ya lo hago llamar.


Cuando vino el amigo de Contreras, y nos presentamos, le consulté:


¿Tenía el difunto alguna relación con alguien que trabajara con ofidios?


¡Sí! ¿Cómo lo sabe?


Mire, es bastante difícil explicarlo. Su amigo le podrá contar a respecto. Yo sólo tengo una teoría, y usted deberá dilucidarlo. Imagínese el siguiente panorama: la víctima estaba tomando un baño en la tina. Alguien que conocía muy bien la casa, sabía que la claraboya del baño daba a la terraza.


"La entreabrió ligeramente, y por allí vació una bolsa con serpientes, que llovieron sobre el pobre hombre, picándolo reiteradas veces en la cabeza y torso, causándole un dolor abominable.


"Luego de unos minutos de agonía terrible, el hombre falleció en la misma tina, paralizado, y torturado brutalmente por un sufrimiento inenarrable. La persona que le arrojó los ofidios tenía llave de la casa, por lo que no se encontró ningún signo de intrusión ni violencia.


"Con la pericia de manejar estos animales por la experiencia de su trabajo, recogió las serpientes, y se marchó, por lo que deduzco, en medio del horrendo sufrimiento del hombre por las innumerables picaduras.


"Algunos venenos de origen animal aceleran notoriamente el proceso de putrefacción de un cadáver, y no digamos si el cuerpo es sometido a una alta dosis, y se encuentra en un medio líquido: la carne prácticamente se licúa, dificultando especificar el momento del fallecimiento, y más aún, su causa.


"Como dije anteriormente, caballero, no puedo especificarle de donde obtuve la información. No me creería. Queda en usted continuar la investigación por ese camino, o cerrar el caso sin avanzar.


"Lamentaría mucho que optara por lo último, ya que quedaría una persona culpable sin pagar su terrible accionar, y un alma penando, sin el alivio póstumo de la justicia.


"Sólo piense cómo se debe haber sentido la víctima cuando le llovieron sobre la cabeza esos animalitos, que, asustados, le aplicaron innumerables picaduras letales, y murió con unos dolores de pesadilla.


Señor: mi amigo me contó sobre ustedes. Y yo creo en todo lo que me relató. La víctima estuvo relacionada con una bióloga que trabaja en el serpentario. Convivieron un tiempo antes de que el hombre fuera encontrado en el lamentable estado en que lo hallaron.


"Me dijo esta mujer, cuando la interrogamos, que habían roto la relación quedando como amigos. No tengo pruebas, pero el escenario que usted me pintó, tan acertadamente, es el único viable.


"Presionaré a la mujer, diciéndole que encontramos evidencia contra ella, para instarla a confesar. Les agradezco mucho haberse llegado hasta aquí.


No tiene nada que agradecer.


Antes de retirarnos, nos quedaremos un momento más en el velorio. Pero en vez de pasar a la sala, fuimos al patio interno, donde se nos apareció el patético esqueleto, que transmutó en un joven con ojos llorosos. Hizo un gesto de despedida, con cara de gratitud. Unió sus manos, y dejó caer de ellas un objeto que luego alcé del lugar donde quedó.


El espectro se desvaneció mientras esbozaba una sonrisa muy triste. Levanté del piso un pequeño dije de oro, con una serpiente finamente trabajada en el metal. El joven había sido un notable orfebre, antes de que su novia despechada hubiera decidido quitarle la vida con esa horrible lluvia de ofidios.


Volvimos con una sensación agridulce. Ayudamos a encontrar la paz a un alma en pena, pero tuvimos que vivenciar la espantosa voluntad de un amor enfermizo, y su terrible venganza.


El dije de oro se encuentra entre las piezas de mi colección, testimoniando lo retorcidos que pueden llegar a ser los sentimientos humanos. Me despido de ustedes, mis amigos, esperando que me visiten una vez más en La Morgue. Buen fin de semana.



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