Temporada de lluvias
Había empezado el verano y las lluvias en la ciudad comenzaban a caer y como tradición más y más insectos buscaban un refugio para aquella temporada.
Pasando la primera tormenta mi madre y mi tía se pusieron a la tarea de rociar por todos las orillas de la casa los líquidos mata insectos más fuertes que pudieron encontrar. El olor era terrible, no soporté pasar tanto tiempo dentro de la casa así que me salí al patio con una silla mecedora que la abuela nos dejó. Me senté a leer una novela de Clarice Lispector esperando que la casa perdiera el olor a insecticida.
Pasaron unas horas y terminé mi libro, lo puse en mis piernas y decidí tomar una siesta.
Abrí los ojos y ya había oscurecido, ví que mi libro estaba en el suelo y al momento de recogerlo noté en mi dedo índice derecho que tenía dos orificios del tamaño de la punta de un lápiz. Sentí un dolor en el pecho por el susto y la duda de aquello.
Acerqué mi mano para ver a detalle y noté que se veían profundos, era como ver el interior de mi dedo hasta llegar al hueso. Escalofríos recorriendo por mi cuerpo y las ganas de quitarme aquello fue creciendo, me invadió la ansiedad y la curiosidad, tenía que descubrir lo que había dentro, así que fui corriendo a la cocina por un tenedor y con la punta de éste comencé a introducirlo en uno de los orificios.
Mi piel se fue abriendo hasta llegar al segundo hoyo y pude observar el músculo de mi dedo al rojo vivo, no tenía sangre simplemente estaba hueco, algo de carne le faltaba, seguí abriendo la herida que ya me había hecho y dos insectos tipo alacranes mutados con mantis religiosa de tamaño microscopio rondaban por mi interior. Los arranqué con el tenedor mientras más mini gusanos rondaban por la misma zona.
Durante todo el proceso estaba temblando, sudando, quería llorar y gritar, arrancarme el dedo, quitarme aquella sensación asquerosa que rondaba por todo mi cuerpo. Mi ansiedad estaba al máximo.
Raspé todo lo que pude con el tenedor y lavé con agua de forma desesperada lo que había quedado de mi dedo. La pequeña y delgada capa de piel que me quedó cubría el vacío aunque se notaba que por dentro estaba hueco. Lo acomodé y con cinta micropore rodeé hasta sellarlo.
Lloré a mares pues el terror no se iba, sentía gusanos por todo mi interior, sentía que caminaban por mis venas, por mis músculos, por mis intestinos.
Estuve a punto de gritar cuando alguien tocó mi hombro, era mi madre, me estaba despertando de aquella pesadilla que se sentía tan real.
La abracé con fuerza y seguí sollozando.
Revisé mis manos y pude observar que estaban enteras, sin hoyos, sin nada.
Ella me dijo que podía entrar a casa, el olor a pesticida se había ido.
Se adelantó a la puerta mientras yo metía la mecedora.
No pude dormir las siguientes noches, aquella sensación y terror me siguió atormentando por mucho tiempo. De vez en cuando siento gusanos e insectos corriendo por mi interior, haciendo sus nidos. Creciendo dentro de mí.
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