Sopa de cadáver
El comisario Contreras vino, muy atribulado, a contarme terribles acontecimientos que ya se estaban filtrando en la prensa, haciendo famoso a un pequeño pueblito vecino, prácticamente desconocido por todo el mundo. Al agotarse la presión de agua de la napa que proveía la zona, se pidió a las autoridades que exploraran el terreno para no tener que hacer un ensamble de kilómetros con el ramal central de cañerías, lo cual tendría un costo altísimo. Mandaron un grupo de ingenieros a la zona, con un tipo que tenía mapas antiguos del lugar. Con una mirada de hielo, y gran determinación adujo que había una red subterránea de túneles, un secreto que él había descubierto en su hobby de coleccionar documentos milenarios.
Solo había que dinamitar una zona que impedía la entrada de agua de una napa principal, y podrían disfrutar del líquido elemento, aprovechando los túneles antiguos. Como su propuesta era la más económica y viable, se la puso en práctica. Cuando se inauguró con éxito el proyecto, el tipo se esfumó, sin dejar rastro. Tiempo después de que la nueva fuente de agua se utilizara para beber, higienizarse, regar sus verduras e hidratar sus animales, comenzaron a ocurrir eventos extraños. En la piel de las personas comenzaron a crecer… ¡hongos! Hongos con sombrero, como los que se encuentran al pie de los árboles en los bosques. Con horror, la gente acudió en masa a médicos y hospitales, donde se les extirparon los hongos, sin dolor, quedando en la zona donde se unían a la piel un área decolorada e insensible.
Todos los que se quitaban los coloridos hongos, decían sufrir por las noches visitas de horrendos espectros que, brillando en la oscuridad, les hacían gestos y muecas espeluznantes. Se hizo un cerco en el pueblo, como medida sanitaria, aislándolo. El intendente pidió una investigación sobre el trabajo del agua, y un análisis de la misma. Se descubrieron cosas muy inquietantes. El análisis químico dio como resultado la existencia de un microrganismo que por lo general solo se encuentra en cadáveres en descomposición, pero con una extraña mutación. Además, elementos bacterianos y fúngicos absolutamente desconocidos, por lo que se derivaron las muestras a la capital. En cuanto al ramal de túneles por el que circulaba el agua, fue explorado por buzos, palmo a palmo. Resultó que el entramado era más antiguo de lo que se sabía. Estaba conectado con una iglesia que ya no existía. La construcción milenaria tenía una función muy puntual: era nada menos que un gigantesco cementerio de los habitantes del paraje y los monjes, superpoblado.
El siniestro ingeniero misterioso, que se esfumó luego de su macabra obra, había hecho discurrir el caudal de agua por un conducto gigantesco lleno de viejos cadáveres. El resultado eran esos terribles crecimientos de hongos sobre la piel, y las macabras apariciones nocturnas espectrales a quiénes se los quitaban.
—Me gustaría, Edgard, que ayudara a esa gente. Si los pudiera visitar con Tristán y Aurora, me parece que sería muy, muy oportuno… —Pero el pueblo está cerrado… —En realidad, me tomé la libertad de hablar de ustedes con el intendente. No lo tome a mal, Edgard. Aparte, hay muchos fallecidos, totalmente cubiertos de hongos, y las instalaciones del pueblo no darán abasto para tantos velatorios, cuando salgan del proceso judicial de autopsias. Se lo pido como un favor personal, Edgard. El intendente es amigo… —Está bien, Contreras. Pero me debe una… Llegamos con Tristán y Aurora y nos acercamos al lugar por donde habían accedido a los túneles, ya desagotados.
Aurora le pidió a Contreras que trajera hongos extirpados. Tristán tomó un puñado de fango del piso del túnel, y se lo untó en el rostro. Contreras llegó con los hongos. Aurora le indicó que los dejara a la entrada del túnel. Tomó mi mano y la enlodada de Tristán. Sentí que una energía sobrecogedora me transcurría. Cerré los ojos, y vi el antiguo pueblo, su iglesia y túneles de aquel entonces. Una peste asoló el humilde poblado, y los monjes, como medida sanitaria enterraron a los muertos en ellos, para evitar contaminar el aire. Pese a todos los recaudos, la mayoría pereció ante la desconocida enfermedad. Se nos presentaron los espectros, horripilantes, con pieles llenas de pústulas supurantes, llagas inmundas, ojos velados por películas de una baba asquerosa. Supimos que no descansaban en paz: un ser maligno había activado a propósito la peste al hacer pasar el agua por sus restos carnales. Les prometimos hacer lo posible por encontrar al oscuro personaje, y sellar los túneles, para terminar con la terrible historia. Me miraron a mí, muy intensamente, como esperando una respuesta más. Tristán captó el deseo faltante.
—Edgard oficiará el velatorio de los actuales fallecidos, y honrará, a través de ellos, el alma de todos y cada uno de ustedes, para que descansen en paz… El rostro de los espectros se distendió.
Los hongos del suelo comenzaron a brillar fuertemente, mientras los seres se esfumaban. Días después celebramos el velorio de los habitantes del pueblo, a cajón cerrado: estaban totalmente tapados de hongos, que seguían creciendo sobre los cuerpos fallecidos. En mi colección quedaron los luminiscentes, que se habían encendido en la entrada del túnel. Le queda a la justicia encontrar al siniestro personaje que provocó la tragedia.
Si quieren ver los hongos luminosos, pasen por La Morgue, y escuchen todas las historias de mi colección.
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