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Edgar, el coleccionista

SAN VALENTÍN FRAGMENTADO

Guadalupe amaba entrañablemente a su marido, al que le profesaba una adoración constante.

Toda su vida orbitaba alrededor de los gustos y deseos de Fermín, buscando complacerlo y agasajarlo con atenciones muy sentidas, que el hombre tomaba con naturalidad, dando por sentado que eran parte de sus derechos maritales.

Pese a la dedicación y cuidados prodigados por su esposa, Fermín no dudaba en visitar cada vez que la ocasión se lo permitía, camas ajenas.

En principio, ocultaba sus infidelidades con discreción, pero llegó un punto en que ya no se tomó la molestia de hacerlo, y ante las innumerables evidencias que surgían a los ojos de Guadalupe, que, desesperada, reclamaba, insultaba, gritaba, lloraba, y hasta se tiraba al piso, sollozando, abrazando su cuerpo en posición fetal, indagando el motivo de las traiciones.

Fermín, sin acusar el impacto del dolor de su mujer, la veía como una loca histérica, infantil y exagerada, y, condescendientemente, le decía:

Mi vida: esas mujeres no tienen la más mínima importancia en mi vida. Son un entretenimiento pasajero, que no logra distraerme de lo principal en mi existencia, que eres tú, mi querida.

Puede que haya compartido mi cuerpo con ellas, pero te juro, mi cielo, que mi corazón solo te pertenece a ti.


Luego de ese soso discurso, arrullaba a su esposa como a un niño lastimado, y ella, con la falta de lógica con la que a veces el amor nubla el entendimiento, trataba de encontrarle sentido a esas palabras huecas, con la ilusión de que si se esmeraba más en sus atenciones, Fermín cambiaría, y dejaría de ver a otras mujeres.

Por otro lado, su naturaleza culposa le hacía pensar que alguna falencia propia llevaba a su marido a los engaños: quizás debería bajar de peso, hacer gimnasia, maquillarse, cambiar su vestuario…

Pasó el tiempo. Guadalupe incrementaba su accionar de esposa amorosa, diligente, amable, y Fermín se mostraba cada vez más descarado con sus aventuras, llegando a engañarla con su mejor amiga, y alcanzando el punto cúlmine al visitar la cama de la hermana de su mujer.

En vano Guadalupe esperó con una cena digna de un rey ornamentada con velas a su marido el día de los enamorados.

Le había comprado unos gemelos de oro, costosísimos y de hechura exquisita, con el nombre de ambos grabados en ellos.

El hombre, entretenido vaya a saber en qué lecho, no apareció hasta la madrugada.

Vió a su esposa sentada en la mesa, al llegar, con el maquillaje corrido por las lágrimas, tiesa ante los primorosos platos de la comida helada que le había llevado horas de elaboración.

Lo siento, cariño. Olvidé que hoy era el día de los enamorados… Te juro que te lo compensaré, mi bella princesa…

¿Dónde diablos estabas? ¿Con mis amigas? ¿Con mi hermana? ¿Alguna vecina? ¿Una compañera de trabajo? ¿Con quién, carajo? ¿Cualquiera es mejor que yo?

¡Otra vez melodramática! Ya te dije, no importa con quién comparta mi cuerpo. Sabes que mi corazón es todo, todo tuyo…

En una reacción que Fermín no previó, quizás creyendo que su mujer era un juguete personal, absolutamente manipulable, Guadalupe se levantó de un salto de la mesa, tomando un cuchillo, que le clavó en el pecho hasta el fondo.

Muy bien, Fermín. Voy a tomar lo que es mío, entonces, y repartiré el resto entre esas mujeres que dices no tienen importancia.

Antes de que perdiera la conciencia, con una precisión letal, Guadalupe comenzó a cercenar trozos del cuerpo de su esposo, hasta que este colapsó en medio de un charco de sangre.

Trabajó durante horas desmembrando el cadáver, y colocando pedazo por pedazo en bolsas impermeables, etiquetadas con las direcciones que había recolectado minuciosamente de las traiciones de su marido.

Al día siguiente, ya habiendo colocado el corazón de Fermín en un frasco, arrojando también en él los gemelos que había encargado con tanto amor, llevó las tétricas bolsas al correo para despacharlas.

La empleada postal casi se desmaya al ver el contenido de las mismas, y temblando, llamó a la policía, que halló a Guadalupe muy tranquila, esperando, con el semblante distendido.

No fue acusada de homicidio. La declararon incompetente por un acto de locura, y luego de una breve internación, la dejaron marcharse, con un compromiso de terapia de apoyo.

Se marchó del pueblo, y nadie sabe de su paradero.



Por mi parte, luego de terminadas las instancias legales del caso, me entregaron las bolsitas con los trozos de Fermín, para velarlas a cajón cerrado. (Dudo que alguien asista al velatorio si presento el ataúd abierto con las partes del fragmentado finado).

Mi amigo, el comisario Contreras, separó el frasco del corazón con los gemelos de oro, ese corazón que le pertenecía supuestamente a Guadalupe, que se marchó sin reclamarlo. Hizo muy bien. Espero que pueda rehacer su vida con alguien más digno de su amor, y que ella, sobre todo, empiece por amarse a sí misma, en primer lugar…


Los invito a ver el frasco en los estantes de mi colección. A veces, el corazón empieza a latir muy acelerado. No sé si de terror, o por esa adrenalina propia de los escarceos amorosos. Quizás ustedes lo distingan mejor que yo.

Los espero en La Morgue.

Disfruten su San Valentín valorando a sus parejas.: no corran el riesgo de Fermín con su conducta canallesca.

Hasta el próximo velatorio…


@NMarmor

Edgard, el coleccionista





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