RAÍCES SANGRIENTAS
Me trajeron a Donato, para preparar su despedida, desde la morgue judicial.
Si bien se constató un deceso natural, con nada que implicara sospecha de crimen, las circunstancias en que hallaron el cuerpo dejó consternados a todo el mundo.
Donato se hacía cargo de un vivero, el único del pueblo, negocio familiar heredado de generación en generación.
El hombre era muy callado, y según dicen, algo exéntrico.
Entre sus rarezas, los clientes que entraban al bello galpón de techo translúcido, para dejar entrar el regalo del sol a las hermosas y variadas plantas exhibidas, encontraban a Donato hablar con su tesoro vegetal, con la misma naturalidad con que cualquiera le habla a un amigo. Al realizar las ventas, les rogaba a los compradores:
_Cuídela mucho. Se lleva usted un pequeño retazo de mi corazón…
La gente sonreía, y se retiraba nerviosa.
No era inusual que tuviera, cada tanto, el vivero cerrado un par de días.
Partía con rumbo desconocido, y retornaba con nuevas especies, tan llamativas, que cautivaban al público amante de la naturaleza.
Ocurrió que un día Donato no regresó.
Por muy extraño que pareciera, las plantas no se secaban ni morían, pese a que nadie las regaba. Al menos, desde la menguada visión que permitía el portón del negocio.
Cuando transcurrieron más de diez días, una clienta habitual se acercó a la comisaría, explicándole al comisario Contreras que la ausencia del comerciante no le parecía normal. Él no abandonaría sus plantas amadas tanto tiempo sin cuidado. Y ella, que se preciaba de ser su amiga, siempre era anoticiada de sus ires y venires.
Contreras se reservó decir que sabía que la viuda, doña Mercedes, compartía algo más que su pasión por las plantas con Donato. Y estaban ambos en su derecho.
Aunque no se podía reportar formalmente como desaparecido, le picó la curiosidad. Algo le debía estar pasando al hombre, si no había tomado contacto con su amante.
Roja como una amapola, Mercedes sacó de su cartera una llave, y se la extendió a Contreras, muy nerviosa.
_Es de la casa particular. Ya entré a ver. Lo que no hice, fue buscar la del vivero. Él la
guarda arriba del ropero del dormitorio.
Ignorando con caballerosidad el injustificado rubor de la mujer, el comisario tomó la llave, y aclarando que no sería nada oficial, quedó en corroborar la casa y el negocio.
Fue con un subordinado curioso. La casa, tal como decía Mercedes, no mostraba nada raro.
Abrió la heladera. Vio varios perecederos caducados. Alguien que planea un viaje, no
compra comida que se echará a perder con su ausencia.
Tomó las llaves del vivero, y se dirigió allí con su ayudante.
Luego de trasponer el portón, tuvo la impresión de que nunca había visto la fachada con un verde tan intenso, de las plantas tupidas que se amuchaban en el interior, entrevistas por los ventanales de la entrada.
Les costó ingresar. Realmente parecía una selva tropical. Desbordaba la flora sus macetas. El aire estaba cargado de humedad, y una extraña calidez anómala.
Vieron que de todos los vegetales asomaban raíces escapadas de sus recipientes, y convergían en un punto central.
Al llegar al medio del salón, los hombres se quedaron de piedra.
En el suelo, yacía Donato, con el aspecto de un hombre dormido, dentro de una jaula de raíces que lo cubrían casi por completo.
Al acercarse más, divisaron que dichas raíces se hundían en todo el cuerpo del hombre, que debería estar en un estado avanzado de descomposición, pero parecía en pleno sueño. Constataron su muerte por la gélida temperatura del cadáver, y su falta de pulso.
_No es posible, comisario, que el cuerpo no se haya descompuesto, con esta humedad
y calor asfixiante.
_Opino lo mismo. Deberemos contactar a los expertos. Un informe forense nos
resolverá el enigma.
Siguiendo instrucciones, cortaron las raíces para trasladar el cuerpo. Estremecidos de espanto, escucharon un gemido infrahumano, muy grave, como si las plantas se quejaran al separarlas del cuerpo donde hundían parte de ellas.
Los forenses, luego de desarmar la maraña, y sacar raíces incrustadas adentro del cuerpo, conectadas al corazón y grandes arterias, no pudieron hallar lógica alguna en la extraña mutación vegetal, que de alguna forma, había succionado los fluidos del difunto, y rehidratado con savia. Un enigma absoluto.
Lo único que pudieron concluir con certeza total, fue la causa de la muerte de Donato: un avanzado tumor cerebral.
Concluidos los estudios del caso, sin parientes vivos que reclamaran el cuerpo, Mercedes, descompuesta de dolor, se hizo cargo de los preparativos del velatorio. Tiempo después, se enteraría, por un notario, que era la única heredera del vendedor de plantas.
Cuando preparábamos el cuerpo con mi ayudante Tristán, tuvimos que recurrir a un minucioso maquillaje, ya que el cadáver mostraba un tinte verdoso, que no obedecía a un proceso de putrefacción, sino, a la intervención de los vegetales en su cuerpo.
En eso estábamos, cuando se materializó su espíritu frente a nosotros.
No detectamos dolor. Era un alma en paz, a la que solo le faltaba cumplir un deseo antes de ascender hacia la luz.
Extendiendo nuestras manos hacia la energía esplendida por Donato, pudimos captar el anhelo que lo aferraba aún al plano terrenal.
Habiéndolo captado, le hicimos un gesto de asentimiento.
Él, con una sonrisa beatífica, hizo un gesto de despedida, y se elevó con luminosa benevolencia.
Sacamos con cuidado la camisa y el saco que Mercedes había elegido para su despedida, y reabriendo la costura que había dejado la autopsia, retiramos el corazón, con pequeños restos de raíces sobresaliendo.
Mi amada Aurora me trajo una hermosa maceta rústica de arcilla roja de las sierras, confeccionada por ella. Le pintó unas artísticas letras cursivas: M y D.
Allí, enterramos el corazón, con tierra proveniente del borde del río serrano, y la dejamos en un estante nuevo de mi colección.
Con una rapidez sobrenatural, surgió una enredadera verde brillante, con flores rojas bellísimas.
Tenía instrucciones de entregarle un ramo de esas flores a Mercedes todos los meses, el día del fallecimiento, el diecisiete.
Cuando tuvimos listo el cuerpo, y llamamos a un aparte a Mercedes, no pareció asombrada.
_Manteníamos como tontos nuestra relación en secreto. Cuando insistió en
blanquearla, e irnos a vivir juntos, me dijo con tristeza que esperara un poco. Que
había surgido un inconveniente. Nunca imaginé un cáncer…
´´Me prometió que si alguna vez se marchaba, se encargaría de recordarme su amor
con lo que más le gustaba en la vida.
´´Con este ramo, entiendo a qué se refería. Una pena. Podríamos haber sido felices
juntos.
Tiempo más tarde, Mercedes me dijo que las flores no se marchitaban, así que las puso con tierra, en macetas, sumando todos los meses nuevas adquisiciones. Les hablaba con el mismo amor que Donato había tenido en vida con su universo vegetal.
La enredadera sigue muy verde, oxigenando el estante de mi colección.
Supongo que los sentimientos nobles nunca mueren. Solo toman otras formas, nutridos por la energía de quiénes los emiten.
Por las dudas, no llenen de plantas queridas sus habitaciones. Quizá las raíces busquen sus cuerpos para alimentarse…
Los espero, mis amigos, en La Morgue para escuchar mis historias, y, por qué no, aprender algo no muy conocido de la botánica.
Edgard, el coleccionista.
@NMarmor
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