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MUÑEQUITA DE TRAPO

Un espantoso incendio se originó en un hogar de menores fuera del pueblo, unos meses atrás.

Vivían allí muchos pequeños, desde recién nacidos, hasta adolescentes, esperando ser adoptados.

Según los responsables del lugar, aunque las pérdidas materiales fueron totales, no hubo que lamentar víctimas fatales.

Un par de niñitos fueron internados con quemaduras leves.

Debido a la difusión de esas noticias, Sofía, una de las niñas afectadas, fue adoptada por una amorosa pareja, conocida de mi amada Aurora, quien me contó sobre caso, y les pidió a los padres que se llegaran a hablar conmigo.

Celia y Leonardo se encariñaron de inmediato con Sofía, y el sentimiento fue mutuo. La pequeña, reticente a hablar de su permanencia en el hogar estatal, con la mediación de la confianza que ganaban día a día sus nuevos padres, rompió su mutismo al comenzar a tener en la casa familiar fenómenos más que extraños.

A mitad de la madrugada, se escuchaban sonidos metálicos, y un olor horrible, mezcla de heces, orina y carne chamuscada.

La cama de Sofía se sacudía, despertando a la niña, que, aunque lloraba con tristeza, no parecía asustada, ni sorprendida.

Ya descartados todos los motivos lógicos que podrían haber originado los raros sucesos, Sofía les contó a sus nuevos padres una historia impactante.

En el hogar, había muchos secretos ocultos. Se amenazaba a los niños de contarlos con la amenaza de sufrir horribles represalias.

Algunos chicos pasaban a ser tomados en custodias transitorias por familias que supuestamente contemplaban la adopción. Pero esto no era así en absoluto: las criaturas eran recibidas por el subsidio que recibían del estado, que se dividía por partes iguales con los funcionarios que los derivaban allí, y miraban hacia otro lado en cuanto a las condiciones en que se encontraban los pequeños.

Así es como pequeñas industrias clandestinas conseguían mano de obra esclava, sometiendo a los niños a condiciones inhumanas, con larguísimas jornadas de trabajo, mala alimentación, y un descuido absoluto en cuanto a sus estados de salud.

Amanda, una de esas pobres niñas, escapó de la fábrica ilegal con la intención de buscar ayuda, y dar a conocer la realidad espantosa escondida en los supuestos hogares de tránsito que debían dar contención y amor a los desafortunados chicos.

No bien los funcionarios implicados fueron prontamente anoticiados de la situación, viendo el peligro que corrían si se difundía la infausta noticia, se abocaron a una verdadera cacería humana, mientras desarmaban, transitoriamente, su asqueroso negociado.

No les costó demasiado atrapar a Amanda, que, una vez en sus garras, fue cruelmente golpeada, y encerrada en una jaula, sin agua ni comida, en una habitación usada para almacenar muebles viejos, y cosas rotas en desuso.

Sofía, amiga de Amanda, y compañera de desgracias y esclavitud, conseguía, por su delgadez extrema, colarse por un ventanuco a la horrible habitación polvorienta y oscura, llevándole un poco de comida y bebida, y alcanzándole a Maga, su muñequita de trapo querida, único recuerdo de su madre fallecida.

Como la niña no recibía ninguna clase de asistencia, exceptuando la de Sofía desde su reclusión, se veía obligada a hacer sus necesidades en la misma jaula donde transcurría sus penosos días, llorando, abrazada a su muñeca, hasta que Amanda conseguía acercarle lo poco que podía sustraer sin llamar la atención de los siniestros administradores y cuidadores del lugar.

Los concesionarios del hogar, que tercerizaban el servicio del estado, decidieron que, dada las condiciones de la propiedad, y que por el momento no era rentable su negociado sin usar a los niños alquilándolos como esclavos, montaron un plan siniestro para incendiar el hogar, y cobrar una cuantiosa indemnización por parte del seguro.

Armaron astutamente un cortocircuito, por el que en su debido momento demandarían a la empresa de electricidad que se había encargado del cableado del lugar, y no bien el incendio se desató, “rescataron heroicamente” a los niños.

Se olvidaron de la pobre Amanda, presa en una jaula del cuarto más inflamable del edificio.

Sofía, desesperada, se deshizo de las manos supuestamente protectoras que la sujetaban, y entró en el lugar en llamas, ingresando por el ventanuco, para intentar liberar a Amanda.

Pese a los esfuerzos titánicos de su delgado cuerpito, no pudo abrir la prisión de su amiga. Las llamas, voraces, avanzaban despiadadas.

Vete, Sofía. No tengo forma de salvarme. Llévate a Maga, y cuídala. Prométeme que apenas puedas, contarás la verdad de lo que nos ha pasado aquí…

Deshecha en lágrimas, con la muñequita de trapo entre las manos, Sofía vio cómo el humo velaba la consciencia de su pobre amiga, y se aprestó a huir antes de que le ocurriera lo mismo a ella, y aterrada, dolorida por las quemaduras que le mordían la piel, logró atravesar nuevamente el ventanuco, y salir del lugar, ganándole al fuego, que lo consumió todo.

Antes de hacer la denuncia formal contra el barbárico accionar de los desalmados corruptos, los padres, por consejo de Aurora, vinieron a mí con su relato.

Me apersoné, con Tristán, mi querido asistente, y Aurora, en el domicilio de la familia, esperando los acontecimientos. No tuvimos que esperar mucho.

Ante nuestros ojos apareció el espectro de Amanda, con la terrible imagen de su cuerpecito calcinado horriblemente.

No necesitamos imponer nuestras manos: captamos la energía de la niña, que expresaba su dolor ante la injusticia, y pedía que no se volviera a lastimar un niño en un hogar similar al antro de terror donde padeció su horrible final.

Antes de orar, conmovidos, prometiéndole cumplir sus deseos, Aurora se adelantó, con Maga, la muñequita de trapo, en sus manos. En algún momento, Sofía se la había dado discretamente.

La mostró ante la degradada y doliente imagen de Amanda, y rezando en una letanía, se cortó una mano con un pequeño cuchillo, y empapó la muñeca con ella, moviéndola en una danza extraña.

La aparición de la niña sonrió. La visión de la carne quemada desapareció, mostrando a una bella pequeña, que se llevaba las manos al corazón, y nos hacía percibir un mensaje de amor y agradecimiento, principalmente a Sofía, y luego, a nosotros.

Se elevó en un halo luminiscente, hasta desaparecer.

Miré interrogadoramente a Aurora. Ella solo me devolvió un gesto enigmático, no exento de una mezcla de triunfo malsano, y me extendió la muñeca, para que la integrara a mi colección.

De común acuerdo, tomamos cenizas del lugar del siniestro, antes de realizar las denuncias pertinentes, y con ellas, organizamos una ceremonia de despedida para Amanda, ahora libre, descansando en paz.

Luego de que las declaraciones en la justicia de la familia de Sofía tomaran estado público, y las acciones correspondientes, que concluyó con los malvados apresados, éstos no llegaron a su juicio.

Fueron apareciendo, uno a uno, degollados en sus celdas, en momentos diferentes.

Lo que sí, se tomaron medidas para que la terrible historia del hogar de niños no volviera a ocurrir.

Para mi sorpresa, la muñeca, que había quedado empapada con la sangre de Aurora, cada vez que uno de los delincuentes fallecía, se limpiaba de ella, quedando radiantemente limpia al morir el último.

No le pregunté a Aurora lo que había hecho. Lo que cuenta, es que le permitió marcharse en paz a Amanda, con una justicia no muy convencional, pero justicia al fin.

En cuanto a la familia de Sofía, es ahora muy feliz. No se repitió ningún incidente que les perturbara su vida cotidiana.

Maga se luce en un estante de mi colección, con su sonrisa de trapo bordada, como un pedido de protección y amor para los niños. Pero yo no olvido lo ensangrentada que estaba. De seguro, ella tampoco…

Una vez más, quedan invitados a La Morgue, donde pueden ver a la muñeca, y si quieren, repasar, objeto por objeto, cada historia de mi colección que los acompaña…

Edgard, el coleccionista

@NMarmor





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