Miedos Profundos
Ana juraba que no le temía a nada.
Todas las noches dormía en una oscuridad profunda y su cuerpo descansaba tranquilo. Había escuchado historias de fantasmas, monstruos y la lluvia casi rompiendo su ventana pero nada podía alterarla.
Todas las noches su habitación era vigilada, toda su valentía y escepticismo habían llamado a alguien que la miraba absorto por su falta de miedo a la vida o a la muerte misma.
Este ser acariciaba las sábanas donde ella dormía, se acercaba lo suficiente como para poder inhalar su aliento, olía su cabello y siempre intentaba tocarla, pero temía algún día despertarla, así que esperaba, se sentaba ahí hasta el amanecer.
Con el tiempo Ana se fue haciendo más fuerte, el miedo ni siquiera podía rozarla, había visto a la muerte de cerca y continuaba sin sentir miedo, hasta que una noche, el miedo aceptó el reto y se coló por un orificio en su ventana. Como una idea que se filtra en tu cabeza, el miedo se convirtió en viento y se coló por el oído de Ana hasta encontrar su cerebro; ahí anidó y la invadió de un terror que la hizo despertar de golpe gritando.
Su grito rompió la obsesión del ser que la observaba, se sintió traicionado, Ana no era lo que él amaba, no era lo que él esperaba; invadido por el enojo abrió su boca llena de dientes y la comenzó a devorar. Rompió sus huesos a mordidas, succionó la sangre de las sábanas y abandonó la habitación para no volver más.
Poco sabemos sobre el paradero de Ana al día de hoy, lo único que conocemos es que esa habitación donde una chica desapareció se ha usado de lección para nunca desafiar al miedo y para nunca rechazar a un amante tan empedernido.
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