Malas decisiones
Daniela se había convencido de que estaba haciendo lo correcto.
Uno no sólo sale del infierno, no así de fácil, es el Infierno quien te debe de expulsar de ahí.
Se había propuesto ser todo lo que él odiara hasta que la expulsara, logró terminar los laberintos millones de veces, se acostumbró tanto al olor de carne echada a perder que no lloraba cuando veía nuevos cadáveres, los abrazaba y les daba la bienvenida.
Estaba logrando lo que nunca nadie había podido: estaba siendo feliz en la miseria.
Lo más difícil fue aprender a ver en la oscuridad, pero lo logró. El Infierno cada vez iba poniendo pruebas más difíciles que ella lograba pasar.
En un momento uno de los cadáveres le preguntó por qué anhelaba tanto salir de ahi si ya había encontrado la forma de ser feliz entre las tinieblas, ella contestó hay algo que tengo que hacer fuera de aquí, tengo que encontrar a alguien a quien perdí.
Finalmente el Infierno decidió abrir sus puertas para dejarla salir, pero tenía que dejar algo a cambio. Ella suplicó que fuera cualquier cosa menos sus ojos, temía perderlos y no poder reconocer a quien buscaba, a lo que se le prometió que sería algo que ella nunca iba a extrañar. Dijo que sí y salió corriendo lo más rápido que pudo; miró a su al rededor, estaba en el Limbo, en la Nada, suspiró fuerte al sentirse tranquila de haber salido, tocó su pecho y notó que estaba vacío: había entregado su corazón.
No siento nada dijo asustada mientras notaba que su cabeza sangraba desde el horificio que la había llevado a la muerte en un inicio.
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