LA SOGA DEL AHORCADO
LA SOGA DEL AHORCADO
Una mujer muy pálida vino a arreglar la despedida de su esposo.
Elvira firmó temblando los papeles pertinentes, y en ese punto le dije:
—Señora. Veo que usted no se encuentra bien. ¿Quiere tomarse un tiempo y completar estos formulismos mundanos en otro momento? Sé que no es agradable el tema de los trámites…
—Gracias… No me atrevo a contar lo que me ocurre en realidad, además de la tragedia de mi pérdida. Nadie me creería, y estoy demasiado alterada. No duermo hace tres noches…
—Puede confiar plenamente en mí, Elvira. Sé, por mi rubro, más cosas extrañas de las que se imagina. Anímese. Verá que sentirá alivio, luego de desahogarse…
—Bueno. Voy a contarle mi historia. Si en un punto cree que estoy loca, no voy a culparle...
—Hable tranquila. No pensaré eso de usted.
—Yo amaba mucho a Ulises, mi esposo. Y creo que era mutuo. El punto es que su trabajo comenzó a robarle cada vez más horas de su día, y casi nunca nos veíamos. Me decía que quería darme lo mejor, tenerme como una princesa, y yo en realidad lo único que deseaba era pasar más tiempo con él.
Una mala amiga me llenó la cabeza, poniéndome la idea en la cabeza de que Ulises tenía una amante, y que yo era una ingenua por creer ciegamente en él.
Entonces, una noche que llegó agotado de su jornada, le dije con un odio feroz que me iría a dormir a la casa de un tipo que me daba la atención que él no me dispensaba, que ya estaba harta de él, y que sabía que me traicionaba.
Me fui pegando un portazo, a pasar la noche a la casa de mi supuesta amiga, Mónica.
Ella siguió envenenando mi mente con la idea de la amante de Ulises.
Yo no sabía que Mónica estaba enamorada desde hacía años de él, y que la había rechazado innumerables veces, despreciándola, con la gran nobleza de no delatarla ante mí.
A la mañana siguiente, decidí regresar a mi casa, y aguardar a Ulises para que me aclarara sus ausencias.
No bien traspuse la puerta de mi hogar, el espectáculo más espeluznante abofeteó mis sentidos con un látigo de puntas de hierro: mi amado esposo colgaba del techo, con el rostro negro, los ojos salidos, y la lengua morada hinchada fuera de la boca.
Mis gritos alertaron a mis vecinos, que me auxiliaron en mi desmayo y llamaron a quienes correspondía en esas infaustas circunstancias.
Fui hospitalizada. Mónica se llegó a mi habitación, mostrando su faceta de arpía.
—Me parece muy bien lo que ocurrió. No lo supiste cuidar. Yo lo hubiera hecho inmensamente feliz, pero el idiota prefirió a una mosquita muerta como tú.
Muy merecido haberse quitado la vida creyéndose cornudo, por haberme rechazado tantas veces. ¡Te maldigo, estúpida! Espero no saber nunca más nada de ti.
Sus palabras llenas de veneno me hicieron caer en una crisis, y tuvieron que sedarme por mi ataque de nervios.
Cuando desperté, flotando arriba de mi cama, Ulises se balanceaba en su soga, mirándome con tristeza con sus ojos horriblemente desorbitados, llena de dolor su cara ennegrecida.
“¡Perdón por mentirte, Ulises! Le creí a esa malvada antes que a ti…”
Pero Ulises no hacía más que balancearse con su mirada angustiada, constantemente, hasta la salida del alba, cuando se desvaneció con las luces de la mañana.
Desde que me dieron el alta, y estuve en casa, señor Edgard, a la noche vuelve el espectro de Ulises a hamacarse frente a mí, lleno de pena.
Ya no tengo lágrimas, de tantas que he derramado, ni energía.
Mi arrepentimiento, Dios me perdone, creo que me llevará en poco tiempo a seguir el mismo camino que mi esposo…
—No se castigue más. Quédese esta noche en mi casa. Con mi novia y mi gran amigo y colaborador, la ayudaremos para que se termine su pesadilla, y descanse Ulises en paz.
Elvira, agotada y resignada, aceptó la propuesta.
Aún faltaba un día para la entrega del cuerpo por parte de los forenses.
Al caer el sol, nos quedamos con la afligida mujer, sentada sin ánimos en un sillón, y, a su alrededor, Aurora, Tristán y yo.
No bien avanzó la oscuridad, tal como contó Elvira, apareció flotando sobre ella Ulises, balanceándose en su soga de ahorcado, con sus desorbitados ojos mirándola fijo, emanando una tristeza infinita.
La mujer, llorando, comenzó a suplicarle una vez más perdón.
Con un gesto, le pedimos que silenciara.
Impusimos nuestras manos a la aparición.
—¡Ulises! Elvira jamás te engañó. Te lo dijo porque creyó que le eras infiel. Eso se lo hizo creer Mónica.
El espantoso espíritu mostró un gesto de asombro, y luego de rabia.
—Te pedimos que abandones las diferencias con Elvira. Fue un grave error el que cometieron ambos.
Puedes hacer una visita a Mónica, y luego vuelve con nosotros, para que te guiemos a la luz del descanso eterno…
Ulises se eclipsó, dejando atónita a Elvira. Nosotros nos quedamos en la misma posición, con las manos en alto, orando en silencio.
Pasados unos pocos minutos que nos parecieron eternos, retornó el fantasma.
Ya no se veía colgado, y su rostro era normal, tal como antes de cometer las trágicas acciones que terminaron con su vida.
Se aproximó a Elvira, acarició su cara suavemente, y besó sus labios.
Me entregó la soga que llevaba en sus manos, que al tomarla yo, cobró consistencia material.
Elvira lloraba, pero de alivio, y sonreía a la imagen de su esposo, que se elevaba mansamente dejando chispas de luz, hasta que ya no pudimos verlo.
Ulises descansa en paz.
En cuanto a Mónica, hoy se encuentra encerrada en un manicomio local. La socorrieron unas vecinas ante los gritos desgarradores que comenzó a proferir, rompiendo el silencio nocturno.
Si no la sedan o la amordazan, no para de gritar.
Colgando de un clavo en los estantes de mi colección, se encuentra la soga del ahorcado.
A veces se balancea, y el aire se carga de una rara electricidad. Unas oraciones hacen que vuelva a su quietud…
Pueden verla si se llegan a La Morgue. Se las mostraré con mucho gusto.
También quedan invitados al velatorio de Ulises, y a todos los que vendrán.
Los espero con mucho gusto.
No me fallen…
@NMarmor
Edgard, el coleccionista
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