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Autor: La Chica llamada Cuervo

La luz del día

Debí de suponer que algo estaba mal, sin embargo así es la mente, nos engaña para hacernos creer que al amanecer todo estará bien, que la luz del sol siempre vendrá con buenas noticias.

Dormí profundamente y al despertar, mi mente había olvidado toda la noche anterior; me recibía con esa sensación cálida de que la mañana sería feliz, de que estaba iniciando un nuevo comienzo. Claro, estaba terriblemente equivocada, pero así es el cerebro humano, diseñado para mantenernos con vida y evitar que caigamos en la psicosis.


Estiré los brazos y sentí al lado de mí en la cama un cuerpo, mi mano rozó su piel, se sentía suave y fría; me gustaría que aquí terminara la historia, diciendo que giré y vi que era sólo una confusión, pero no fue así. Giré al lado opuesto, algo dentro de mí sabía qué iba a ver si volteaba y no quería hacerlo. Le temía tanto a la verdad, le temía enormemente a ver de lo que yo era capaz que preferí cerrar los ojos. De nuevo esa amnesia selectiva consolándome, como si fuera eso siquiera posible.


Apreté los ojos para volver a soñar, para imaginar un espacio distinto, lejos de mi cama, lejos de mí, pero no podía, el peso del otro lado del colchón me llamaba, era como si pudiera gritar mi nombre pidiéndome que voltera a verlo, pero yo fingía que ahora no podía escuhar.

Me distraje a mí misma, como siempre hago, ocupé mis pensamientos en otros temas, en pendientes en qué será de mi día una vez que me convenciera a mí misma de ponerme de pie, pero nada funcionaba; los gritos sordos de aquello que yacía a mi lado seguían palpitando en mis oídos.


Es mi imaginación, sólo eso, me repetí varias veces tratando de calmarme, sin embargo mi corazón latía tan fuerte que parecía que quería advertirme algo. Luego, cuando volví a decir las palabras, sentí un ligero escalofrío seguido de un recuerdo que se coló frente a mí. Me tallé los ojos tratando de regresar cualquier rastro de lágrimas hacia dentro de mis párpados. Tenía que voltear y ver, al menos ver.

Suspiré y busqué dentro de mí toda la fuerza que me impulsara a mover mi cuerpo y lo hice.


A mi lado estaba un cuerpo lastimado acostado boca arriba. Tenía moretones en las costillas, su piel se veía rasgada y su boca estaba manchada de sangre seca. Me cubrí la boca para evitar gritar y me acerqué más a ella. Con cuidado quité el cabello que cubría su rostro y me senté a su lado.


No existe alguna palabra que describa cómo se siente cuando esa protección que te brindaba tu mente se desvanece, cuando sabes que estás realmente sola y bueno, así fue cuando vi de frente el rostro inherte frente a mí y me reconocí en ella. Entonces lo recordé, la noche anterior me había matado.


A diferencia de como había imaginado mi muerte, no hubo nada poético en ella, no me adormecí con pastillas y me recosté en una tina llena de agua tibia, ni escribí cartas de despedida a mano para luego empaparlas de mi propia sangre, no fue nada así; me había quitado la vida de la peor forma: me había llevado a un risco y me dejé caer.

La caída rompió mis huesos, evitando que pudiera moverme, pero no me mató, lo que realmente lo hizo fueron los depredadores con los que se encontró mi cuerpo una vez que cayó. Ahí, en la mayor oscuridad esperaban pacientes un par de colmillos hambrientos. Con su filo perforaron mi boca y con ese sabor a sangre dentro de mí, todo lo demás se nubló.


Intenté abrazar a aquel cuerpo sin vida que tanto había lastimado, intenté reanimarlo como si de alguna forma el traerlo a la vida me fuera a hacer sentir mejor o me fuera a redimir, pero no, no hay forma de borrar lo que pasó. Tomé su mano y entrelacé mis dedos con los suyos recostándome a su lado. La luz del sol nos cubría y el día afuera transcurrió normal, como si nadie le hubiera avisado al mundo sobre este asesinato.




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