LÁGRIMAS DE PIEDRA
Llegó Pedro a la funeraria, y con Tristán tuvimos algunos problemas para preparar su despedida.
Como su deceso fue dudoso, pasó por manos forenses antes de llegar a nosotros, con una conclusión de muerte natural.
La anormal rigidez del cadáver, pasadas las horas usuales en que se presenta el rigor mortis, nos complicaba una presentación al descubierto.
Tenía los ojos y la boca muy abiertos, como si un grito silencioso cobrara fuerza ante el gesto torturado de su rostro, diríase tallado en roca.
No quisimos fracturar la mandíbula. Y los párpados, aún con la costura más finamente ejecutada, nos hacía pensar que romperían el hilo más fuerte para mostrar esa última mirada de espanto.
_¿Será, don Edgard, que nos querrá decir algo, el pobre Pedro? Como que lo siento
en el pecho…
_Si tú lo percibes, seguro así ha de ser. ¡Manifiéstate, viejo amigo!
Desde una bruma gris, emergió el espectro del hombre, con un gesto de amargura, su imagen en blanco y negro, desprovista de colores.
Sin demoras, impusimos nuestras manos, para dejar que fluyera su energía hacia nosotros.
Vimos imágenes de Pedro siendo decepcionado una y otra vez por sus afectos. Descubriendo cómo quienes consideraba sus amigos se aprovechaban de él inescrupulosamente. Los parientes que defraudaron su confianza.
Las terribles traiciones amorosas.
Cuando al fin creyó encontrar la mujer de su vida, cómo ella lo dejó por su mejor compañero de trabajo.
Visualizamos todos, y cada uno de los episodios que pesaron en su pecho como una lápida, y que jamás, por su carácter dulce y amable, expresó a su debido momento.
Aguantó injurias, faltas de respeto y maldades del prójimo exponiendo la otra mejilla, a la espera de que las cosas cambiaran, y su suerte mejorara.
Eso no ocurrió. Por eso, cuando la muerte lo sorprendió, asombrado al ver que abandonaba la vida sin un acto de contrición o arrepentimiento de sus pares, su cuerpo se contracturó, como volviéndose de piedra.
_ ¡Pedro, no lo sabíamos! Haremos algo al respecto, créeme…
Decidimos que sería un velatorio a cajón cerrado, aún en contra de su última voluntad a respecto, expresada en su seguro de sepelio.
Cuando empezaron a llegar los deudos, miramos con Tristán sus rostros. Algunos mostraban vergüenza, otros, arrepentimiento, y había hasta algunos mal paridos que demostraban satisfacción: pensaban que algo les tocaría de sus bienes en el testamento.
Al completarse la asistencia, les pedí un minuto para decir unas palabras.
_ Antes que nada, cuento de ante mano con sus disculpas por lo que voy a manifestar.
´´Todos hemos conocido al buen hombre que hoy despedimos. Yo con mucho dolor,
estando seguro de que se va una excelente y caritativa persona, que ayudó a muchos de
los presentes. No es mi ánimo ni intención cargar a nadie de culpas, pero creo que
muchos de los que se encuentran aquí, le deben una disculpa sincera, desde el alma.
´´Si les nace, les suplico que, al terminar mis palabras, nos tomemos un minuto, para
decirle, con una mano en el corazón, lo que realmente sentimos por él.
´´Estoy convencido de que eso ayudará a que Pedro pueda marcharse en paz.
Para mi total sorpresa, todos los asistentes bajaron su cabeza. Cerrando sus ojos, oraron en silencio. Hasta los que parecieron en primera instancia unos granujas, se conmovieron, sumándose a la oración general.
Entonces, ocurrió algo impensable.
Se abrió de golpe la tapa del ataúd.
La concurrencia, al borde del colapso emocional, observó el rostro de Pedro, con una pacífica sonrisa, y vieron brotar de sus ojos lágrimas, que no bien salían, se volvían piedras al contacto con el aire.
Las piedrecillas eran de todos los colores, como expresión de toda la gama de sentimientos que había reprimido y sufrido en vida.
Para mitigar la tensión nerviosa, rayana en la histeria, que se desató, tuve que improvisar un discurso, donde expliqué que era normal que fallara el cierre del féretro, que tenía un resorte dañado, y que el fenómeno que habían presenciado, era totalmente natural.
No sé si me creyeron, pero al menos no escaparon del estrafalario velatorio de pesadilla.
Solo Tristán y yo vimos ascender, saludando mansamente, al espíritu del difunto. Tenía un semblante pacífico, y, al igual que sus lágrimas pétreas, era multicolor como un arco iris.
Por supuesto, las lágrimas de piedra de mi buen amigo, están en un bello frasco de cristal, como un colorido símbolo del perdón y el arrepentimiento, que salva a las almas, y bendice a quienes lo reciben y lo dan.
Nada mejor, amigos míos, que decir nuestras cosas en vida. Llevar siempre liviano el pecho.
No todos los funerarios respetarán sus cuerpos como yo, sin quebrarlos si están con un anómalo rigor mortis…
Los espero con mis historias y mi colección en La Morgue. Por cierto: bien relajados…
Edgard, el coleccionista
@NMarmor
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