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Heridas en la piel

Una de las muñecas que trajo el Cuervo a la habitación tenía los brazos llenos de moretones. Creo que nunca voy a olvidar el miedo que sentí al imaginar qué la había lastimado tanto.


La llevé a la cama y la abracé mientras el Cuervo dormía, pensé que si la tocaba podía entender un poco más de lo que ella sentía, pero fue un error quererme adentrar en ese mundo.

Al cerrar los ojos sentí cómo me hundía en un hoyo negro que me impedía respirar. Estaba inmóvil pero podía ver todo, estaba en una casa ajena viendo cómo el mundo la lastimaba. Vi muerte dentro de su cuerpo, vi sangre en el piso mientras ella lloraba, y vi cómo las agujas con suero lastimaban sus brazos.


Ya habían pasado días y la sangre seguía. Yo no podía levantarme pero la veía limpiar el suelo mientras lloraba y sus brazos seguían morados.

Escondía los trapos rojos con vergüenza pero los moretones los enseñaba; era como si creyera que necesitaba un castigo, un castigo que duraría el tiempo que los moretones siguieran.


Finalmente se acostó en su cama y fue ella ahora quien me abrazó a mí.

- Tranquila, cuando los moretones se vayan yo también voy a olvidar.


Supe que pasaron días en su mundo porque sus brazos se volvieron a tornar blancos, pero esto era un laberinto y de nuevo la sangre llegó.


Salí del hoyo negro ahogándome, el Cuervo ya estaba despierto. Sus manos me quitaron a la muñeca y la regresaron a la caja.

-Ella viene de muy lejos, no dejes que te arrastre al infierno.


Vi mis brazos y los vi morados, se había aferrado a mí para que no la dejara ahí sola. Se veía tan pequeña en la caja de cartón, era sólo una muñeca rota.




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