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GARABATOS DE NIÑOS

Benicio es hijo de una amiga de Aurora.

Tiene tres años, y le encanta dibujar. No hace simples garabatos. Sus dibujos incluyen facciones, y detalles finos que lo destacan como pequeño artista.

Su madre, Lucía, feliz del talento del niño, lo estimula a crear y probar nuevas técnicas de dibujo.

Aurora tiene un “retrato” de ella, colgado orgullosamente en su cuarto, donde es notable como el niño capta los rasgos más intensos al hacer sus obras.

Como Lucía es mamá sola, pasa a ser la “modelo” que más plasma Benicio.

Lo curioso es que, de un tiempo a esta parte, el niño dibuja a su mamá junto a un ser bastante inquietante.

Pese a su pericia, el “acompañante” pictórico de Lucía es un borrón de rayas negras, con inmensos ojos rojos, colmillos y garras, proporcionalmente gigantesco al lado de ella.

Cuando le preguntó a Benicio quién era ese “bicho”, él puso cara afligida, y le contestó:

Un monstuo. Se come tu luz…

En principio le atribuyó esa rareza a la creatividad de su hijo e imaginación desbordante. Pero al poco tiempo, comenzó a sentirse agotada, bajó de peso, le costaba levantarse en las mañanas, y sufría pesadillas con el ente del dibujo, donde lo veía flotando sobre su cama, y devorando de un halo de luz que la cubría, todo ese fulgor, hasta dejarla a oscuras.

Ese niño tiene El Don, Edgard. Puede ver a la criatura que vampiriza a Lucía. Ella está muy desmejorada. Necesita ayuda. Yo misma he captado algo maligno cuando estoy con ella.

Creo que con la ayuda de Tristán, y la del pequeño, podríamos librar a mi amiga de esa abominación…

No me parece correcto, Aurora, involucrar a un niño en estas cosas. Puede dejarle algún problema en su psiquis a futuro. Intentemos los tres, pero sin Benicio…

Tienes razón. Ocurre que El Don de Benicio es más poderoso que el de nosotros tres juntos…

Aurora habló con Lucía, comentándole lo que habíamos hablado, y ella estuvo de acuerdo.

Pese a sus visitas al médico, análisis clínicos y demás estudios, no se detectaba de dónde provenía su deterioro físico.

Dejó a Benicio al cuidado de una tía, y vino a mi casa.

Luego de las presentaciones de rigor, la invitamos a pararse en el centro de la habitación.

Tristán transpiraba y temblaba un poco.

¿Qué te ocurre, amigo?

Puedo ver, al ser que acompaña a Lucía. Es una pesadilla del infierno. Deberemos ser muy fuertes para expulsarlo de este plano.

Está creciendo gracias a la energía vital de Lucía. Lo que desea, en realidad, es apoderarse de Benicio. Su aura es, en comparación con las nuestras, lo que un reactor nuclear respecto al resplandor de una vela.

Si se apropiara de la luz del niño, crecería a un tamaño tan descomunal, que podría disponer de la energía para abrir del todo el portal por el que se coló, y permitir que una horda de monstruos maléficos ingrese a este plano.

Lucía se tapó la boca, espantada.

Quédate amiga, por favor, donde estás. Te rodearemos e intentaremos deshacernos de esa cosa.

Tal como dijo Aurora, nos dispusimos alrededor de Lucía, según las instrucciones de mi amada, para cubrir con nuestros poderes los meridianos energéticos que más se adecuaban a nuestros Dones.

No bien unimos en una ronda nuestras manos, vimos los tres al inmundo ente, de un negro tan absoluto que parecía un abismo. Se desprendían rayos de su cuerpo, como si una tormenta saliera de él. Nos separamos, para poder abarcarlo.

Medía unos tres metros. Sus ojos eran coléricas ascuas rojas echando chispas.

Una boca similar a una caverna sulfurosa mostraba colmillos asesinos semejantes a los de un tiburón, algo más largos, babeando un líquido oscuro espeso y apestoso.

Dejaba ver entre ellos su inmunda lengua bífida, poblada de púas móviles.

Sus desproporcionados brazos y piernas terminaban en unas temibles garras de hematite.

¡Te intimo, ser de las tinieblas, a marcharte de aquí por el mismo lugar por el que entraste! ¡No es tuyo este plano! ¡No eres bienvenido!

Como respuesta, la criatura nos ofreció una sonrisa feroz, y con un rapidísimo movimiento, extendió su lengua hasta nuestras auras, y nos robó energía, masticándola gozoso entre sus inmundas fauces.

Nos sentimos mareados y desfallecientes.

El ser parecía estar en la gloria, degustando un manjar exquisito, que lo dotaría de fuerzas para sus siniestros planes.

Sentí un temor abyecto, que la asquerosa criatura captó, porque dirigió su mirada malvada hacia mí.

En ese momento, el pequeño Benicio entró en la escena.

Dios sabe cómo logró burlar el cuidado de su tía, y encontrar el camino hacia la funeraria, pero allí estaba, con una cara de enojo que desfiguraba sus tiernas facciones infantiles. Traía en sus manos su mantita de apego, con motivos de ositos, arco iris y campanas.

¡Te odio, bicho malo! ¡Le hiciste daño a mami! ¡Y a sus amigos!

El ente parecía estar en la gloria de sus deseos: comenzó a dirigir su lengua llena de púas hasta el niño.

La madre gritó, aterrada.

El pequeño, con una agilidad increíble, tomó la lengua con fuerza, y se valió de ella para escalar hasta la boca del ser, que estaba absolutamente confundido.

Con desconcertante rapidez, Benicio taponó la garganta del ente con su mantita, que lo había arropado desde su nacimiento.

En otro increíble movimiento lleno de fuerza impropia para un niño de su edad, de un tirón feroz, arrancó la lengua del monstruo, que se sofocaba con la manta, llevándose al cuello las garras, e intentando expulsar lo que lo ahogaba.

Instintivamente, armamos de nuevo la ronda, integrada ahora por Benicio, que reforzaba nuestras plegarias con su energía descomunal.

El ser se estaba desmoronando.

Los rayos que emitía su cuerpo se dirigían hacia él mismo. Parecía derretirse, y un lodo inmundo salía del muñón de su lengua cercenada, que Benicio había arrojado al suelo, y pisoteado.

Solo los coléricos ojos de fuego continuaban echando chispas de odio.

¡Fuera, bicho feo! Gritó enfurecido Benicio, y una rajadura oscura se abrió en el aire, y absorbió al ente moribundo, cerrándose con un sonido desagradable.

¡Quiedo chocolate! Dijo el niño como si nada hubiera pasado.

Claro que sí, pequeño. Ya te traigo uno, mientras tu mami llama a tu tía. Debe estar muy preocupada.

Yo la hice dormir.

La madre se estremeció. Llamó a su hermana, efectivamente, despertándola.

La pobre mujer estaba confundida y desesperada. Lucía la calmó, diciéndole que el niño estaba con ella, y que luego le explicaría.

Yo volví con un dulce, y se lo di al pequeño, que no parecía alterado en lo más mínimo.

¡Gacias, tío Egar! dijo, plantándome un beso en la mejilla

¡Querido! ¡Vas a extrañar tu mantita! Siempre has dormido con ella…

Ya estoy gande, mami. Quiedo una de dagones.

Y así terminó la intervención de Benicio.

Luego de que la madre le limpiara el enchastre que se había hecho en la cara al comer el dulce, el pequeño se durmió plácidamente entre sus brazos.

Lucía nos agradeció. Pidió vernos nuevamente, para que la ayudáramos a encauzar el enorme Don de su hijo. Temía que dañara a alguien o a sí mismo con tamaño poder a tan corta edad.

Luego de abrazarnos, con el niño dormido a cuestas, nos despidió, diciendo que iría a comprar una manta de dragones para su pequeño artista mata monstruos.

Yo tomé la inmunda lengua cortada del ente.

Se retorcía como una serpiente, buscando clavar sus púas movedizas. La metí en un hermético frasco de vidrio grueso, donde se sacude infructuosamente, conectada, quizá, al tenebroso plano del que surgió la horrenda criatura ladrona de energía.

Pueden venir a verla, en los estantes de mi colección.

Si bien es bastante repulsiva, cuando la contemplo, pienso en la fortaleza y bondad de los niños, y el amor de las madres al criarlos.

Ustedes sacarán sus propias conclusiones, si se llegan a La Morgue.

Muy buen fin de semana…

Edgard, el coleccionista

@NMarmor

Imagen de Pinterest



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