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Fobia

Había escuchado bastante sobre él así que busqué su casa. Tras unos días de observarlo y de aprender su rutina, estaba decidida. Entré a su habitación y lo secuestré.

Su cuerpo pesaba mucho más de lo que yo podía cargar y ahora, dormido, era peso muerto. Tuve que pedir ayuda para transportarlo.


Llegamos a mi casa.

Lo guardé en una caja, ahí despertó y me reconoció. Yo sonreí al saber que ahora yo existo en su mundo tanto como él existe en el mío.

Al inicio le dolía estar en la caja, escuché sus huesos tronar cuando se quería acomodar para estar mejor ahí, pero no lo saqué, yo sabía que con el tiempo su cuerpo se iba a amoldar; y así fue: con el paso de las horas su cuerpo fue disminuyendo así que cada día cabía mejor.


Cuando llegó el momento de alimentarlo, vi que su estómago se hizo más pequeño, necesitaba menos alimento. Cada día era más fácil mantenerlo ahí.


Empecé a alimentarlo con un gotero, la caja ya le quedaba grande, era ya del tamaño de un pájaro sin las alas para escapar.

Nuestro tiempo juntos se volvió más valioso, podía cargarlo en mis manos y guardarlo en mi pecho, era totalmente mío.


Cuando abría la caja, me veía asustado desde abajo, salían lágrimas transparentes que parecían perlas, intenté de todo para animarlo y mantenerlo vivo pero seguía la tristeza ahí.


Pensé en cómo terminar con su dolor, quería poner un fin a su miedo. Lo tomé en mis manos y vi cómo sus órganos eran diminutos y se podían ver a través de su piel, ya casi no era nada.

Con la otra mano lo cubrí y lo aplaste, sus pequeños huesos crujieron y se apagó.


Se había acabado el miedo que él me tenía. Soplé lo que quedaba de él y el polvo de huesos voló y se fue con el viento.






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