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EL CHUPACABRAS Y LOS PANES DEL HAMBRE



Hace unos pocos días me tocó oficiar un velatorio a cargo del municipio.

Esas ceremonias son sumamente tristes: son de gente sin techo, institucionalizados en cárceles u hospitales psiquiátricos, que no tienen parientes que los lloren o extrañen.

Así llegó a mis manos Nazareno, en una bolsa de plástico negro con un cierre, desnudo.

Cosido toscamente tras su autopsia de rutina en la morgue del hospital público.

Rapado, con seguridad para librarse de los piojos que se nutrían de su sangre amarga.

De la iglesia, el Padre Bernardo enviaba una ropa decente para su despedida del mundo mortal.

Había muy poco para cubrir: Nazareno se hallaba en los huesos, prácticamente.

Cuando lo estaba preparando, maquillando su demacrado rostro cerúleo, su espectro apareció ante mí, con su cara de aflicción más desoladora.

Emanaba un dolor que atravesaba las entrañas en un calambre feroz de hambre y horror.

Me perturbó su energía tan apesadumbrada. Extendí sus manos hacia él, para captar sus terribles emociones.

Entonces tuve acceso a lo que acongojaba su alma, y lo ataba, sufriente, al plano terrenal.

Como en una película, se proyectó en mi mente el deambular de Nazareno en plena noche, enloquecido de hambre y desdicha, con un cuchillo en las flacas manos.

Caminaba como poseso, bajo la luz de la luna, a la salida del pueblo, a la zona de granjas.

Pude divisarlo entrando, furtivo, a un gallinero, y robando huevos, para devorarlos crudos, más tarde.

Eso hizo varias noches, hasta que un disparo lo rozó de cerca, ahuyentándolo de los galpones.

Entonces, enloquecido, con su cuchillo brillando como una promesa maldita, se acercó a los novillos que dormían en el campo, y con una fuerza inhumana, los mutiló para despojarlos de un pedazo de sus carnes, que devoraba crudas, como una bestia salvaje, mientras lloraba de espanto ante el dolor de los pobres animales, y se llevaba como recuerdo torturante la mirada aterrada de ellos.

Lo hizo las veces suficientes como para que reflotara la leyenda del Chupacabras. A él se le atribuían las mutilaciones.

Los animales que no morían desangrados por la bárbara ablación, eran ultimados por sus dueños como acto de piedad.

Hasta se hicieron redadas de vecinos para atrapar a la mítica criatura que torturaba al ganado, mientras Nazareno, loco de culpa, y enfermo de la comilona de carne cruda, en un callejón sin salida, fallecía recordando la mirada inocente de los animales mortificados.

Ese profundo pesar en el corazón le impedía alcanzar la redención, la paz del otro plano.

Escúchame, Nazareno: ya estás perdonado. Te abandonaron de niño. Te maltrataron de joven. Te repudiaron de anciano.

Los animales ya no sufren. No debes tú, por tanto, seguir con ese dolor.

Voy a hacer una cosa: traeré tres panes.

Uno, te lo llevarás al más allá para que recuerdes que no hay hambre en el plano donde pasarás.

Otro, lo pondré en tu cuerpo, entre tus manos, para despedirte pródigo, sin carencias.

El tercero, me lo quedaré yo, para recordarte, rezar en tu nombre, y nunca olvidar a los desfavorecidos…

La imagen espectral comenzó a llorar, aliviado. No bien le alcancé el pan, éste se tornó de la misma materia insustancial que Nazareno, brillando como una gema preciosa.

Él sonrió, acercándolo a su pecho, y se esfumó mansamente, llorando todo el tiempo, al sentirse en paz a través del perdón.

Aurora, Tristán, el comisario Contreras y el Padre Bernardo me acompañaron en el velatorio de Nazareno.

Curiosamente, el pan que había reservado a la memoria del difunto, se triplicó.

Los tres panes, aunque seguían teniendo el liviano peso de su naturaleza, tomaron textura de piedra, y un color dorado como el oro.

Los puse en los estantes de mi colección.

Me recuerdan que no puedo ignorar las desgracias ajenas. Su dureza me hace pensar en la de nuestros corazones, que no miran más allá de sus necesidades.

Lo liviano de su peso, me lleva a reflexionar con qué poco se puede ayudar al prójimo.

Su brillo áureo me conecta con la espiritualidad y la bondad que aún tenemos como seres humanos, y a la que debemos aferrarnos con firmeza.

Ya no hay más ataques del Chupacabras, aunque se sigue hablando del tema día y noche, pese a que, desde su púlpito, el Padre Bernardo instó a los creyentes a prestar más atención a los actos de caridad que a las leyendas.

No creo que haya sido escuchado, ya que la mítica criatura se usa para asustar a los niños mal portados, en vez de inculcarles empatía y solidaridad.

Pueden venir a ver los tres panes de Nazareno en mi colección.

Siempre son bienvenidos a La Morgue. Los espero con gusto, para contarles todas mis historias.

Buen fin de semana.

Edgard, el coleccionista

@NMarmor


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