DUERME, MI NIÑO
Fui a la casa del comisario Contreras a buscar un perrito de los seis que había alumbrado su hermosa perra.
Mientras recordaba con tristeza a mi querido Cerbero, asesinado por mi hermano, me enamoré de un pequeño peludo negro, con una sola mancha blanca con forma de luna creciente en su frente. Se llamaría Lobo.
Conforme con la elección, acepté la invitación de Contreras para tomar un café.
Conociéndolo, sabía que quería contarme algo que lo atormentaba.
En una casona casi a la salida del pueblo, se instaló hace unos meses una mujer de mediana edad, muy tímida y retraída.
Aunque se mostró sumamente dulce y amable, evitó integrarse a la comunidad, que intentó darle la bienvenida con invitaciones y obsequios.
Su excusa era que tenía un bebé enfermo, que le absorbía mucho tiempo, pero que, ni bien mejorara, correspondería las atenciones del mejor modo.
Solo se la veía una vez al mes, para aprovisionarse de comestibles y enseres.
Todos los que la cruzaban la saludaban, y le preguntaban por la salud del niño.
Marina les contaba que evolucionaba lentamente, que era atendido por un profesional de la ciudad, y antes de dar lugar a más preguntas, se retiraba arguyendo prisa, ya que no quería dejar a Santos, su hijito, solo mucho tiempo.
Quienes pasaban por la casona, se extrañaban del grado de abandono y deterioro. Marina no había mejorado en nada la propiedad, supuestamente heredada de un pariente. No les parecía saludable vivir en un lugar tan lúgubre, y menos aún, con un niñito enfermo.
Pero cuando tocaban la puerta, con canastos de comestibles de regalo, nadie les atendía, y, decepcionados, optaban por irse dejando el obsequio en la puerta.
Muy pronto recibían, con una prolija nota en un sobre primoroso, un agradecimiento alegre y jovial. Los mensajes eran pasados bajo sus puertas, sin previo aviso.
Todos sentían una gran curiosidad. Querían conocer a Santos, y ver el interior de la fea casa, para aportar mejoras y reparaciones, ponderando que debía ser muy difícil la subsistencia de la mamá solitaria.
Las cosas hubieran quedado así, en una duda de boca en boca, de no ser por la llegada al pueblo de Eleuterio.
El hombre se apersonó en la comisaría, pidiendo hablar a solas con Contreras.
Parecía desesperado.
Contó que era el marido de Marina.
Vivían felices en la ciudad, con su hijito Santos.
Desgraciadamente, el niño enfermó, y luego falleció.
La tristeza se instaló en sus existencias con raíces muy profundas.
Él lidiaba con su dolor como podía, pero Marina entró en una profunda depresión, cayendo en cama, y desconectándose cada vez más de la realidad.
Había llegado a un punto en que Eleuterio se alarmó seriamente por la salud de su esposa, y, asesorado por un psiquiatra, llegó a la conclusión de que un tratamiento
ambulatorio no bastaba para su caso: convenía internarla, en pos de su seguridad.
En eso estaba el hombre, tramitando la internación en la mejor clínica, cuando Marina desapareció.
Aterrado de que le hubiera pasado algo malo, con su avanzada depresión, buscó en comisarías y hospitales de su ciudad.
Al ver el resumen de cuenta bancaria, notó que su mujer había retirado una cifra importante.
Con desesperación, sopesó donde podría haber huido. No quería exponerla con una denuncia formal, dado su frágil estado, confiando en que con empeño la encontraría antes de que hiciera algo peligroso.
Una llamada del cementerio parque donde yacía Santos, lo horrorizó: alguien había profanado la tumba de su hijito, llevándose el cuerpo.
Conmocionado, llegó a la conclusión de que era obra de la enajenada Marina.
Llamando a los pocos parientes que tenía su esposa, se enteró que ella disponía de una casona en nuestro pueblo, como herencia de una tía abuela.
Siempre había relegado ocuparse del tema, al no tener necesidades económicas apremiantes, y dejando para más adelante el destino de la propiedad.
Llevado por un presentimiento, más que por la lógica, ya que su mujer tenía dinero como para alquilar tranquilamente una casa, o alojarse en un hotel, se llegó a nuestro pueblo, y pidió la ayuda de Contreras.
El comisario consintió en colaborar.
No sería un allanamiento de morada, ya que Eleuterio contaba con una llave de la propiedad, y, en el peor de los casos, tenía el testimonio del psiquiatra que había recomendado la internación de Marina.
Así que fueron, discretamente acompañados por un par de agentes de confianza.
Eleuterio tocó la puerta, gritando el nombre de su mujer.
En principio, nadie contestó.
_ ¡Marina, abre la puerta! ¡Tengo la llave de todos modos!
Se escuchó por fin una respuesta desde el interior:
_ ¡Márchate, por favor, Eleuterio! ¡No comprendes! ¡No puedo permitir que me
quiten nuevamente a Santos!
En ese punto, todos estaban nerviosos, alterados.
Eleuterio le hizo una seña al comisario, y sacó el llavero.
Contreras asintió, y el hombre mientras ingresaba la llave en la cerradura, gritó:
_ ¡Voy a abrir la puerta, mi amor! ¡No te asustes, por favor!
Nadie estaba preparado para lo que pasó.
Un olor nauseabundo los abofeteó con virulencia.
Una demacrada Marina, con los ojos llenos de lágrimas los recibió en la entrada de la casona llena de mugre, telarañas, y paredes semiderruídas.
Sostenía en una mantita celeste, con pimpollos azules estampados, un bulto. De allí parecía emanar el horripilante hedor.
_ ¡No me quites de nuevo a mi niño! ¡No lo despierten! Me cuesta mucho trabajo
hacerlo dormir…Llora mucho, el pobrecito…
Con sus posesivos movimientos para proteger lo que llevaba en brazos, se corrió la manta, rebelando su contenido: el cadáver putrefacto de un niñito.
Eleuterio rompió en llanto.
El comisario tuvo que intervenir:
_ Señora, por favor: el niño está muerto. Usted misma lo sacó de su tumba.
“Denos la oportunidad de ayudarla…
_ ¡No es cierto! ¡Todos están confabulados para llevarse a mi hijo! ¡No lo permitiré!
En un mar de lágrimas, el marido susurró:
_Ya está, mi cielo. Míralo bien. Solo míralo. Recuerda.
Marina, con un gesto de sorpresa, el que quizá pueda tener una persona que se despierta de una pesadilla muy vívida, miró el cuerpito descompuesto en sus brazos, y se sentó en el suelo, dejando allí los restos de su hijito.
Luego, dijo una sola frase antes de sumirse en un silencio sepulcral.
_Nada te habría costado dejarme soñar que estaba vivo…
No fue difícil hacerla subir a la ambulancia que llegó posteriormente, y la llevó a la clínica que Eleuterio mencionó, dentro de su espanto.
El niño fue inhumado nuevamente.
Marina, hasta el momento no volvió a hablar ni moverse.
Permanece en estado catatónico, mientras Eleuterio le ruega, en cada visita, que retorne a la realidad.
La casona fue demolida a pedido del hombre, que vendió el terreno rápidamente.
No quería saber nada del lugar y el pueblo donde su mujer convivió por meses con el cadáver de su hijito.
El comisario, algo incómodo, me tendió una mantita: era la que arropaba a Santos, o, mejor dicho, a sus restos.
_ No le dé impresión, Edgard. Se la doy limpia, para que rece por la paz del pobre
niñito.
Y así me fui de la casa del comisario: con mi cachorrito, Lobo, y la mantita, que se encuentra en los estantes de mi colección.
Algo me dice que las plegarias fueron muy bien escuchadas: el estampado de pimpollos cambió. Ahora, luce amplias y bellas flores abiertas, como si un estado latente hubiera terminado, para dar paso a otro nivel de existencia. Una primavera del alma…
Los saludo, mis queridos amigos, invitándolos a La Morgue.
Todos los que se acercan a mi colección, se sienten atraídos por algún objeto en particular, que refleja algún pecado o aflicción que cada uno conoce en secreto.
¿Qué les llamará la atención a ustedes?
Edgard, el coleccionista
@NMarmor
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