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BAILANDO CON LOS GUSANOS

Gonzalo era un niño con emociones muy intensas, que, a veces, no sabía cómo procesar.

Su padre, el único que parecía entenderlo y apoyarlo con gran cariño, falleció siendo el muy pequeño.

Su madre, Lorena, que se llevaba muy mal con el esposo, se enojaba con Gonzalo, que le recordaba por el parecido físico a su marido, con demasiada frecuencia.

Cuando Gonza andaba por los doce años, Lorena vio al muchachito llorando amargamente.

¿Por qué lloras?

Extraño mucho a papá… Me gustaría que no se hubiera…marchado.

¡Ese infeliz! ¡Un bueno para nada, igual que tú! ¡Gracias a Dios, que, en vez de seguir holgazaneando con la excusa de su enfermedad, ahora está bailando con los gusanos!

Ante el horror en la cara de Gonzalo por su frase, Lorena lanzó una carcajada cruel.

Igual. Eres igualito a él. ¡Ya deja de llorar como una niña! ¿Quieres que te compre una faldita?

Esa no fue la última vez que la madre usara esa expresión. Cada vez que podía, para disgusto del muchacho, la mujer repetía que su padre estaba “bailando con los gusanos”.

Gonzalo se obsesionó con eso. Empezó a tener pesadillas, y se puso a investigar sobre el tema en internet.

Así le surgió la inquietud de hacer un experimento, y vivenciar de qué forma obraban los gusanos con los cuerpos corrompidos.

Dejó de juntarse con los pocos amigos que tenía, para ir al bosque, donde mataba pequeños animalitos, y los dejaba en pozos cavados alrededor de una choza abandonada que usaba como base de operaciones.

Cada cierto ciclo de tiempo, desenterraba los pequeños cadáveres, para ver la actividad de los gusanos en ellos.

Con horrorizada fascinación, observó cómo el cuerpecillo de un pequeño conejo parecía sacudirse levemente. La ilusión óptica de falsa vida se rompió cuando se percató de la frenética actividad de los gusanos, que asomaban por los ojos y hocico del animalito.

Comenzó a apuntar sus observaciones de los pequeños trabajadores de la muerte: en cuánto tiempo aparecían, sus características y ciclo de desarrollo.

Quizás a eso se hubiera limitado, si Lorena no hubiera sido tan mordaz con sus poco felices comentarios en el casi inexistente diálogo con su hijo, y se hubiese abstenido de repetir cada dos por tres su venenosa cita del “baile de los gusanos”.

Un día recibió una comunicación de la maestra de Gonzalo, pidiéndole una reunión por el bajo rendimiento escolar del chico.

Eso generó que la mujer se pusiera especialmente cruel y virulenta, implantando, sin saber, una macabra idea en la resentida psiquis de su hijo.

Gonzalo le dedicó el triple de tiempo a su actividad en el bosque, abocado a crear una “granja de gusanos”.

Apoyado por la experiencia que venía tomando con sus pobres víctimas peludas, e investigando más, empezó a criar los repulsivos bichos en cantidades casi imposible de concebir.

Con los destartalados muebles de la choza, usó la madera para construir una caja oblonga, rústica, muy similar a un ataúd.

Cuando consideró el momento oportuno, acudió a su enclave del bosque en su bici, con un carrito adosado, y metiendo su “cosecha” en bolsones, se los llevó junto a la caja hasta su casa.

Esperó pacientemente a que su madre volviera del trabajo, con la caja dispuesta en el medio de la sala, y las enormes bolsas movedizas bien cerca.

Cuando regresó Lorena, preguntando a los gritos qué diablos era esa porquería, su hijo la atacó por la espalda, dándole un golpe en la cabeza, desmayándola.

La mujer se despertó sintiendo mil alfileres de dolor en su cabeza lastimada.

Descubrió, espantada, que estaba atada de pies y manos, en el interior de la horrible caja que vio al entrar en su hogar.

Al intentar gritar, se percató de que su boca estaba sellada con cinta.

Entonces, con los ojos desorbitados, encontró a Gonzalo, contemplándola con una sonrisa de oreja a oreja.

En vez de atender el mudo ruego de liberarla, su hijo acercó un parlante, y sin dejar su semblante risueño, tan poco habitual en él, le dijo:

Llegó el momento, mamá: hoy vamos a bailar todos con los gusanos. Ya no voy a llorar más como una niña, ni te recordaré con mi rostro el de papá, que según tú era un holgazán.

Nada como un buen ejercicio para espantar al ocio… ¡A bailar!

Encendió una música atronadoramente fuerte, y abrió uno de los bolsones, repleto de gusanos, esparciéndolos sobre el cuerpo maniatado de Lorena, que se sacudía impotente ante una mezcla de repulsión y terror extremos.

Gonzalo le arrancó la cinta de la boca, y el grito de horror de Lorena quedó obstruido por otra lluvia de gusanos, que el chico le arrojó al abrir otro bolsón, hasta cubrirla por completo dentro de la caja.

Feliz al ver cómo se sacudía su madre bajo su manta de gusanos, gritó intentando superar el volumen de la música heavy metal que sonaba del parlante:

¡Eso es, mamá! ¡A bailar con los gusanos, todos juntos, como la mejor de las familias!

Y con una euforia que jamás había sentido desde la muerte de su padre, se puso a bailar como un poseso alrededor del rústico ataúd construido con sus propias manos, donde a su madre, se le reventaba el corazón del asco y el terror de su situación.

A Gonzalo no pudieron hacerlo parar de bailar, cuando la policía, alertada por los vecinos que se quejaron del estruendo musical a altas horas de la noche, se llegó al domicilio.

El comisario Contreras pidió ayuda a una institución psiquiátrica para tranquilizar al chico, que llevaba horas bailando y riendo sin poder parar, deshidratado y desvinculado de la realidad.

Pronto, ya resuelto el caso, me tocará oficiar el velatorio de Lorena.

Gonzalo quedó institucionalizado en el hospital psiquiátrico. Si no lo sedan, sigue bailando sin cesar, con el riesgo de morir de agotamiento, sin dejar de sonreír y gritar que “hay que seguir bailando con los gusanos”.

Como atención, mi amigo, el comisario, me trajo el cuaderno con los apuntes que el malogrado muchacho hacía en la choza del bosque, cuyo contenido erizaría la piel del más templado, y un frasco con gusanos, que, rompiendo toda clase de lógica natural, siguen retorciéndose repulsivamente sin morir, alimentados vaya a saber con qué extraña energía…

Ambos objetos se encuentran en los estantes de mi colección.

Pueden venir a verlos. Los espero con mucha ilusión.

Hasta el próximo velatorio…

@NMarmor

Edgard, el coleccionista


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