Elena siempre tenía frío.
Su cuerpo siempre estaba helando, su piel se sentía tiesa y su sangre parecía no correr por sus venas. "Es normal" decía ella cada que alguien lo notaba, pero, ella sabía que mentía.
Cuando estaba sola se tocaba todo el cuerpo tratando de sentir calor, pero no lograba más que lastimarse.
En un momento, la desesperación fue tal que recurrió a ir a su baño y frente al espejo comenzó a causarse un daño físico para confirmar que lo sentía.
Empezó tocándose los ojos, los tocaba con la yema de su dedo y los movía, pero no sentía nada, era como tocar una pelota húmeda. Sus dedos quedaron pegajosos, pero no pasó nada más.
Poco a poco continuó con más partes de su cuerpo, intentó introduciendo dedos dentro de su boca hasta que logró meter su mano completa y tocar su garganta, sentía como si pudiera arrancarse la garganta o rasguñar su laringe; sacó su mano asustada de no percibir ninguna náusea.
Fue a su cama, mirando fijamente el techo de su habitación se cuestionó si realmente estaba viva. Trató de recordar en qué momento pudo haber muerto, algo que le diera algún indicio de por qué seguía en su habitación y no en un ataúd.
Pensó en las muchas veces que estaba a punto de caer de un lugar muy alto y no cayó, en todas las veces que se sintió enferma, pero aun así continuó estable ¿Qué pudo haber sido lo que la mató?
Tocó su cara buscando lágrimas, pero no había rastro de alguna, los muertos no lloran, pero todavía sentía tristeza. En su pecho se sentía el dolor, había una sensación de opresión que la lastimaba.
Gritó y con un puño rompió un hueso que la permitió tocar su corazón, al sentirlo en su mano notó que el órgano estaba roto.
La sangre que lo rodeaba estaba seca, con sus delgados dedos tomó los pedazos y lo examinó. Trató de unirlo como si se tratase de un rompecabezas, por un momento lo logró, volvió a latir y lo colocó dentro de su pecho, el corazón latió tan fuerte que llenó todo su cuerpo de sangre y de calor. Ella sonrió, pero a los pocos segundos el corazón se volvió a despedazar y regresó el frío que siempre la había acompañado.
Se levantó de su cama, miró afuera de su ventana y vio una macha gigante de sangre seca en el pavimento.
Los muertos no lloran, los muertos no tienen miedo -se dijo a sí misma mientras abría la ventana para poder salir.
Los muertos no lloran, los muertos no tienen miedo- se repitió al momento de saltar al pavimento.
Su corazón murió mucho antes de que su cuerpo lo pudiera entender, hacía falta un salto más para poder procesarlo.
Ahora Elena llegó a la Morgue, la mantenemos cubierta de cobijas en una camilla metálica convenciéndola de que los muertos no sienten frío.
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