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El placer de la tortura

Aquella noche casi no hablamos. ¿Quieres pan? Un poco de mermelada estaría bien… He comenzado a olvidar el por qué te he amado. El amor en el olvido no es amor. Ya no reclamo tu presencia, la realidad se ha hecho presente. Debí comprenderla aquella vez. Ahora recuerdo tu rostro sin expresión y yo preguntándome quién eras. El corazón se rompe y el pecho duele, arde, la respiración se extingue. ¿Cómo detener eso? Fui al baño, no pensaba con claridad. Sabía que no regresarías. Nos vemos a las diez… Leí en tu teléfono. Me quedé callada. ¿Todo bien? Estabas nervioso. No respondí. Tú lo sabías, lo sabías… Mi furia y odio dentro de mí.

Tu mirada fría, tu rostro sin máscaras, olvidé todo y ¡yo buscando un fantasma! No has llegado y me pregunto a quién estás unido. Los lazos son indivisibles y únicos. Es lo malo de los sentimientos, se gobiernan por sí mismos, anárquicos de la razón se someten al lenguaje del corazón.

Yo espero aquí. No podrías entrar en otro círculo antes de atravesar este río. Al menos, concédeme este honor de entregarte a la tortura, de verte devorado y ver que tu alma no tenga descanso. Los mentirosos, los que traicionan el amor, deberían ser condenados a un círculo más bajo que el de los suicidas.

La muerte no nos libera…

Señora V.

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